·
El curso “Buscar trabajo es un trabajo” para hallar
tu próximo empleo, crearlo o reinventar el que tienes.
·
Ejercicios para que pongas en práctica todo lo leído.
·
Gráficos y datos numéricos basados en una encuesta con respuestas de 40 países.
·
Frases disruptivas, de esas que te dejan pensando, al estilo Leo Piccioli. ;)
“Con Ahora te puedes marchar... o no
busco ofrecerte un punto de vista diferente, que te ayude a pensar
y a decidir”,
dice Leo Piccioli y completa:
“Si tu objetivo es ser feliz y para eso haces elecciones, no hay decisiones incorrectas.
El error sería no decidir nada”.
ARGENTINA
VREditoras
VREditoras
VR.Editoras
MÉXICO
vreditorasmexico
VReditoras
vreditorasmexico
Mientras va terminando el domingo te arrepientes, otra vez, de no haberlo disfrutado más. No puedes dejar de pensar en el día siguiente: otro lunes en el que tienes que tolerar la cara de pocas pulgas de tu jefe, el ruido continuo en la oficina y hasta las quejas de los clientes o de los proveedores. Antes pensabas que tu problema era trabajar de manera independiente pero, ahora que lo haces en una empresa, con un sueldo y más seguridad, sigues sufriendo al empezar la semana. O quizás te sucede lo contrario, dejaste un puesto en una compañía para emprender, pero no es todo lo maravilloso que te habían contado ni lo que esperabas.
¿No te sientes feliz en tu trabajo? Definitivamente no eres la única persona a la que le sucede esto, hay millones.
Ahora te puedes marchar... o no es un libro que te ayudará ante cualquier situación laboral, no importa si estás emprendiendo o si trabajas en relación de dependencia. Es para alguien que recién está dando sus primeros pasos en el mundo del trabajo y para quien tiene décadas de experiencia y hasta llegó a ser gerente de una compañía. Es un libro para todos los que queremos trabajar más felices.
Como decían nuestros abuelos, “no hipoteques tu futuro por tu presente”. Pero yo creo que es importante dar vuelta la frase: “no hipoteques tu presente por tu futuro”. Juntos, encontraremos un equilibrio entre ambas ideas para poder pararnos en un punto medio. En los últimos 10 años pude ofrecerles una visión diferente a miles de personas (con las que conversé personalmente, una a una, en conferencias, o a través de mis artículos y podcasts); una visión que algunos llaman “disruptiva”, pero que en realidad tiene que ver con preguntarnos “por qué” y “para qué” repetidas veces, y que apunta a generar un diálogo interno basado en el sentido común y en la coherencia.
En este libro voy a ayudarte a entender cuándo el trabajo es un medio y cuándo es un fin en sí mismo (una pista: nunca). Así, podrás construir una carrera en donde seas protagonista, desarrollando planes de corto, mediano y largo plazo, con diferentes escenarios que te ayudarán a ser feliz. Para esto, te propongo que salgas del piloto automático, que dejes de creer que estás haciendo “lo que debes hacer” y que te desprendas de mandatos antiguos, explícitos o implícitos, que se sostienen en una paradoja: la zona de confort poco confortable.
Si haces memoria recordarás que, cada vez que aprendiste algo, pasaste por un momento de incomodidad: tal vez cayéndote al aprender a caminar, teniendo que estudiar en la escuela, o cometiendo algún error. Así que el camino que vamos a recorrer en este libro será útil, pero, además, interesante, divertido y muy desafiante.
Ahora te puedes marchar... o no te movilizará, te sacudirá y te sorprenderá. Puedes cerrar el libro en cualquier momento y seguir en donde estás. O puedes abrir la puerta y transformarte. La decisión es tuya.
Para generar este cambio, en cada capítulo desarrollo en profundidad un tema relacionado con el mundo laboral, con historias y explicaciones fáciles de comprender. Busco ofrecerte un punto de vista diferente, que te ayude a pensar y a decidir. A veces estarás de acuerdo y otras opinarás lo opuesto. Está muy bien: no hay opiniones correctas o incorrectas, sino aprendizaje constante. De hecho, tal vez lo primero que tengamos que entender es que nos cuesta vernos como eternos aprendices y que ocupamos un puesto, hacemos una tarea o manejamos nuestra empresa con la lógica del siglo XX, en el siglo XXI. Y algunas cositas han cambiado, ¿no?
Para lecturas rápidas o, incluso, para recordar lo leído, cada capítulo de este libro contiene frases importantes en los márgenes, que son cortas y concretas, de esas que uno compartiría en las redes sociales. Si lo haces, ¡no te olvides de incluir el hashtag #AhoraTePuedesMarcharONo!
Al finalizar cada capítulo encontrarás una sección que te ayudará a ponerte en acción, que se llama “Trabajo para mí”, e incluye una serie de actividades pensadas especialmente para reforzar conceptos, para que los cuestiones, para que te pongas en acción o simplemente para que te conozcas mejor. Algunas serán muy divertidas y en otras tendrás que trabajarte profundamente y a conciencia. Pero todas tienen el mismo objetivo: ayudarte. Para esto, necesitarás un bolígrafo y, en algunos casos, papel.
Justo después de las actividades hallarás algunas ideas y conclusiones adicionales, pero en formato gráfico y con datos numéricos: el mundo está cambiando y, con esos cambios, la manera en la que nos comunicamos. Una de las cosas que aprendí es que cuando comunico, al agregar gráficos y números, hago que los mensajes sean más sólidos y efectivos.
Con esta perspectiva, en 2019 lancé una encuesta que me sorprendió por sus resultados: participaron más de 3400 personas de 40 países, aun cuando incluía preguntas tales como “¿has mentido en tu hoja de vida o currículum?” o “¿qué prefieres ser: cabeza de ratón o cola de león?”. Gracias a esta encuesta pude elaborar las secciones “Bien gráfico” y “El dato” de cada capítulo.
La última parte de Ahora te puedes marchar... o no es un poco diferente: aún más enfocada en la acción que el resto del libro. Contiene el curso “Buscar trabajo es un trabajo”, ya realizado por más de 8000 personas. Con él podrás, paso a paso, iniciar una nueva búsqueda laboral o reinventar tu trabajo actual, conociéndote mejor.
Durante la lectura de este libro transitarás diferentes sensaciones; cuando sentimos, aprendemos mejor. Podrás aplicar en el momento algunas técnicas e ideas y construirás, a lo largo del proceso de lectura, una visión renovada acerca de tu trabajo. Así podrás responderte por qué lo haces, qué puedes esperar de él y qué no. Y, eventualmente, también podrás elegir amar lo que haces o hacer lo que amas.
Con todos estos elementos irás actuando, creando, decidiendo y construyendo un trabajo, sea independiente o no, que te hará cada día más feliz.
Bienvenido/a
a este camino
de aprendizaje,
reinvención y acción.
“¡Despierta al emprendedor dentro tuyo! ¡Tú puedes!”.
Los medios, las series, los podcasts y nuestros amigos parecen gritar al unísono esos mensajes de aliento, algo que luego nos repetimos a nosotros mismos hasta sentir que, si no lo hacemos, no estamos completos.
Yo sé lo que el sabio lector está pensando: “Sí, lo gritan los mismos que a nuestros padres les decían: ‘¡Estudia, encuentra una buena empresa y aguanta todo hasta jubilarte! ¡Tú puedes!’”. Y también propagaban ese mensaje, logrando que se sintieran incompletos si no lo hacían. Estudiaban una carrera universitaria porque debían, tratando de cumplir con lo que creían que se esperaba de ellos.
Y el ciclo se repite, ahora con los emprendedores.
O no.
Tal vez, en realidad, ser emprendedor o ser empleado no es tan distinto. Y la diferencia está en nuestra actitud. O quizás, la expectativa de vida crece tanto que podemos (y debemos) ser ambas cosas, para realmente elegir qué disfrutamos más en cada momento de nuestra vida, en dónde podemos agregar más valor (léase “ganar más dinero”) y, en definitiva, cómo ser más felices.
Si pudiera, como con una varita mágica, elegir un efecto de este libro sería, justamente, poder librarnos de ciertos mandatos que nos empujan a ser algo “porque se debe” o “porque otro lo dice” y empoderar al lector para que elija y sea protagonista de su vida.
En este capítulo veremos que emprender y trabajar para otro no son tan diferentes, sino dos caras de la misma moneda. Quizás son etapas necesarias o, en realidad, son lo mismo y es preciso poner el foco en otro lado.
Respecto de esto, habitualmente se consideran ciertas diferencias entre emprender y ser empleado, que no son tales. Veámoslas a continuación.
Todos sostienen que el empleado tiene un sueldo siempre que no lo echen o renuncie, mientras que el emprendedor tiene que ganárselo a cada momento. Sin embargo, se suelen plantear como dos extremos que, en realidad, no existen.
Aunque los contratos de empleo suelan ser “por tiempo indeterminado”, hay un factor que los hace más cortos: las empresas viven cada vez menos tiempo. El cambio tecnológico exacerbó esta situación, generando disrupciones en todos los mercados, llevando a cada vez más empresas a fundirse.
¿Qué sentido tiene, entonces, un contrato para siempre con una empresa que no va a durar ni un par de años? El problema principal de esto es que muchas veces el empleado cree, realmente, que ese contrato es eterno.
Debemos estar siempre abiertos a cambiar de trabajo.
Recuerdo la comodidad que tenía después de 3 o 4 años de estar en la misma compañía. Venía creciendo, cumpliendo mis promesas, todos coincidían en que era muy importante para la organización. Pero en 2001 no fue una disrupción tecnológica sino la gran crisis económica de la Argentina la que casi acaba con mi puesto, junto con toda la empresa. Por suerte salimos adelante, pero fue un baño de realidad: “nada es para siempre y las empresas menos todavía”. El empleado estatal, en aquellos países en los que una gran parte de la población trabaja en el Estado, como en la Argentina, podría tentarse y relajarse. El pensamiento es “el Estado no puede quebrar”. Justamente, este país no deja de demostrar que sí, puede, y claramente tendrá que hacerlo, como todos los demás países que son eficientes, por el bien de sus ciudadanos.
Por otro lado, el emprendedor supuestamente debe ganarse el ingreso día a día, conseguir sus clientes, cobrar, descansar y empezar de nuevo. Pero la realidad es que, en la mayoría de los negocios, buena parte de los clientes son recurrentes o llegan por medio de la viralización. En otras palabras, un emprendedor puede relajarse un tiempo, sin perder un centavo de ingresos. Al igual que el empleado.
Todos somos emprendedores, aunque a veces le damos servicio a un solo cliente por mucho tiempo.
En resumen, tanto el empleado como el emprendedor tienen que trabajar todos los días para ganar su ingreso. El que no lo haga tiene más chances de perderlo.
Seguramente hay una fórmula matemática para graficarlo, pero a veces es mejor un relato.
Siempre recuerdo a Soledad. Había comenzado con nosotros el primer día, en esas épocas en las que “atábamos todo con alambre”. La empresa necesitaba vender, era lo único que importaba.
Cada uno tenía su responsabilidad bastante bien definida, para ser un emprendimiento nuevo. Pero también sabíamos que éramos un equipo, que conseguir clientes, atenderlos y cobrarles era lo más importante de todo, claramente más relevante que la tarea de cada uno.
La foto de Soledad, tomando un pedido por teléfono cuando no andaba el sitio web, sentada en el piso y usando la silla como mesa, aparecía siempre en nuestras fiestas de fin de año y disparaba historias de aquella época.
Al principio sentía que asistir a esos eventos laborales era una pérdida de tiempo, que socializar no era necesario. Pero de a poco fui entendiendo que estábamos solidificando una cultura de foco en el cliente, y con las historias que compartíamos dejábamos claro qué era lo importante.
Soledad creció con la compañía, todos los años. Como casi todos. Al quinto o sexto año, no recuerdo bien, pasó unos meses de mal humor. Decidimos que no estaba preparada pa-ra seguir creciendo y trajimos a alguien de afuera. “Alguien con canas”, dijimos. Y buscamos ese perfil. Necesitábamos a una persona con más experiencia, que no tuviera que inventar todo desde cero, que pusiera un poco de orden y nos llevara a un nuevo escalón como empresa.
La cultura se construye todos los días.
Ese año usamos la misma foto en la fiesta pero, 6 meses después, echamos a Soledad. Durante casi un año habíamos invertido dinero en formarla, le habíamos propuesto cambiar de área para que pudiera seguir aprendiendo, habíamos tratado por todos los medios de cuidarla y de que tuviera un futuro con nosotros. “Me merecía ese puesto. No me merecía que me echen, tenía derecho a quedarme”, nos dijo su último día.
Aunque hicimos objetivamente todo lo que pudimos, dolió muchísimo tomar esa decisión antes, dolió muchísimo después y sigue doliendo hoy. Sin embargo, con el tiempo aprendimos que una empresa debe reinventarse constantemente para ser exitosa y necesita gente comprometida, no solo con el proyecto, sino también con la idea de cambio.
Si un día desarrollara la fórmula matemática, diría que la probabilidad de mantener el empleo depende en un gran porcentaje de cuánto valor creen tus jefes que puedes agregar en el futuro, otra parte depende de cuán bien le esté yendo a la compañía, y un poquito, pero muy poquito, se basaría en tu historia dentro de la empresas.
Lo que hiciste en el pasado no te da derecho a nada.
¿Y cuánta es la probabilidad de que tu emprendimiento siga adelante? Un gran porcentaje depende de cuánto valor creen tus clientes que puedes agregarles en el futuro, otra parte de cuán bien te esté yendo ahora, y no se basa en nada de tu historia. Es una diferencia muy pequeña entre emprender y ser empleado, que siempre creemos que es mucho mayor.
Idealizamos al emprendedor como un ser “libre”, que puede elegir qué hacer en cada momento. Y, en cambio, vemos al empleado como alguien que debe “obedecer”.
Esto, que hace unas décadas era casi una verdad, tiende a cambiar: a medida que la tecnología avanza, las empresas necesitan algo diferente de sus empleados. Antes, hacían trabajos repetitivos que eran medidos con detalle para poder mejorarlos: a principios del siglo XX, principalmente con Henry Ford, el fundador de Ford Motor Company, se desarrolla en la industria la división de tareas, en donde cada empleado cuanto más especializado en una actividad o proceso, más productivo es. Más adelante, el ingeniero industrial y economista Frederick Taylor le pone una visión mucho más científica al mundo del trabajo, midiendo todo para poder mejorarlo.
Esos trabajos, cada vez más, tienden a ser reemplazados por máquinas. En realidad, como veremos en los próximos capítulos, ya eran de las máquinas hace cientos de años y nos los prestaron. Ahora, simplemente, se los estamos devolviendo.
Y los humanos pasamos a hacer tareas creativas, de empatía, de resolución de problemas. Es decir, todas aquellas actividades en donde debemos tomar decisiones. Sí, incluso como empleados, la cantidad de decisiones que debemos tomar viene creciendo y seguirá haciéndolo.
El empleado elige más de lo que cree y el emprendedor menos de lo que cree.
“¡Claro, pero el emprendedor decide todo!”, argumentan algunos. El emprendedor, que en apariencia decide todo, al montar un negocio incurre en obligaciones de corto y largo plazo con sus clientes, proveedores, empleados, inversores, el Estado, diferentes actores con los que se compromete, y esto limita su capacidad de decidir. Es curioso, porque muchas veces me encuentro con emprendedores a los que esta situación los lleva al extremo de pensar que todo lo que hacen es porque están obligados, olvidándose de que, en algún momento, eligieron ser independientes... ¡para poder elegir! A esos emprendedores los desafío a que no trabajen al día siguiente (reto que hago con todo el mundo) y que luego me cuenten qué cosas dejaron realmente de funcionar.
Por su parte, el empleado puede creer erróneamente que no elige nada, olvidando que todas las mañanas elige ir a trabajar. Y el emprendedor puede creer lo opuesto, que todo el tiempo tiene que estar tomando decisiones, en lugar de delegar y enfocarse en lo importante. Para ambos, tomar conciencia es clave.
Supongamos que eres empleado de una empresa, ¿cuál es la probabilidad de que te guste tu jefe? Depende de ambas personas, de él/ella y de ti. Pero siempre tendrás que hacer cosas con las que no estés de acuerdo porque, si estuvieran de acuerdo en todo, estaría sobrando uno de ustedes.
Y cuando haces cosas que no quieres, dices: “¡Quiero emprender para no tener un jefe!”. Tal vez muy bajito agregas: “porque quiero tener muchos, algunos buenos y otros insoportables, los que pagan bien y los que no, los que me llaman los fines de semana y los que lo hacen los martes a las 22 horas”.
Si te encuentras todos los días soñando con “pasarte al otro lado”, tienes dos opciones: hacer un plan o cambiar de sueño.
Pero yo creo que ni piensas ni pronuncias esta última frase. Creo que, nuevamente, el empleado ve solo el glamour, lo lindo de emprender, la parte idealizada del negocio. Es así como el empleado piensa que el emprendedor no tiene jefe, cuando en realidad tiene muchos más: sus clientes. O tal vez tiene inversores, que también son, hasta cierto punto, jefes. O quizás, el emprendedor es tan autoexigente que es el peor jefe que podría tener.
La expresión “no quiero tener jefe” de aquel que quiere emprender y del empleado es una ilusión. Es un sueño no solo imposible, sino también no tan bueno. Siempre tenemos alguien que elige pagarnos por lo que hacemos, que nos dice con esa decisión si estamos agregándole valor o no, así como siempre también “somos jefes” de otros, a quienes decidimos comprarles productos o servicios y podemos decirles lo que queremos o dejamos de querer. Somos seres sociales y, cuando trabajamos, tenemos la oportunidad de interactuar con otros, construir puentes, tomar lo bueno y dar lo que tenemos. Es así como cambiamos de roles todo el tiempo y, en ciertos momentos, somos empleados y en otros somos los jefes.
No mires el pasto del vecino sin antes regar el propio.
Recuerdo cuando Alejandra me contaba, angustiada, que estaba cansada de trabajar los fines de semana. Es diseñadora gráfica y sus clientes la apreciaban por su velocidad, así que no podía descansar cuando quería, sino solo cuando la dejaban.
Por esa misma época, Pedro, empleado de la misma empresa desde hacía 10 años, me decía: “Estoy 8 horas por día en la oficina, soy productivo solo 5, pero no me dejan ir, necesitan verme ahí. Quiero independizarme para manejar mis horarios”.
Claro que le conté sobre Alejandra y le aseguré que uno puede ser empleado y controlar sus horarios, y ser independiente y no controlarlos. Depende de la capacidad de uno de lograrlo, y siempre hay una forma.
Y a Alejandra le sugerí que subiera sus precios. Claramente estaba dando mucho valor a sus clientes, y eso le iba a permitir trabajar menos los fines de semana o hacerlo más feliz.
En el imaginario colectivo, el emprendedor maneja su tiempo a su gusto, se levanta a las 10 de la mañana y puede dejar su trabajo a cualquier hora para mirar la temporada de su serie favorita, simplemente porque es libre. Pero esto es algo totalmente irreal.
Tanto el emprendedor como el empleado son artífices de su propio destino.
Por otro lado, los empleados tienden cada vez más a manejarse con horarios flexibles y días de trabajo desde sus hogares. Y esto genera un cambio beneficioso con respecto a los modelos de las empresas que se veían en las décadas anteriores.
Cada vez más, los empleados trabajan sobre la base de proyectos y resultados, igual que los emprendedores. Es decir que tanto el emprendedor como el empleado van tendiendo hacia lo mismo en el uso del tiempo: foco en el resultado, más que en formalidades como el control de horarios o ir a la oficina.
“¿Estás casado con la empresa? ¿Entonces por qué te presentas como Leo Piccioli, de tal empresa? ¿No te es suficiente con ser quien eres, que debes agregarte esa marca al nombre?”. Parecía una ametralladora de preguntas que daban todas en el centro del objetivo. Pero Diego lo hacía con la intención de ayudarme. Y lo logró, porque fue la última vez que me presenté así.
Alguien podría decir que las empresas, maquiavélicamente, nos incentivan a que nos hagamos adictos a sus beneficios, entre ellos el de “pertenecer”. Pero somos nosotros los responsables de generar ese “sentimiento de pertenencia”, cuando, por ejemplo, para conocer a alguien lo primero que le preguntamos es “¿En dónde trabajas?”. Tal vez por costumbre, tal vez por inseguridad o quizás por la combinación de ambas, sentimos que ser parte de ese círculo selecto nos da estatus, nos hace mejores de lo que en realidad somos.
Muchas veces creemos que somos lo que hacemos, el empleo o puesto que tenemos, pero somos mucho más que nuestros trabajos. Y, por momentos, olvidamos que hoy podemos hacer este trabajo en esta empresa y mañana en otra o quizás como emprendedores.
¿Te presentarías en una reunión como “novia de tal” o “esposo de fulana”? Seguramente no, salvo que, en principio, hayan invitado solo a tu pareja. Si nuestra vida sentimental es más importante que la laboral, para muchos, al menos, ¿por qué hablamos de la empresa en la que trabajamos como si fuera nuestra pareja? ¿Llevará esto a que sintamos una necesidad de fidelidad exagerada a la empresa? ¿Acaso cambiamos quiénes somos si tenemos otro empleo?
Quién eres es mucho más importante que tu trabajo actual.
Muchas veces el emprendedor, el que está creando una compañía, prefiere decir: “Hola, soy Tomás, emprendedor”, simplemente porque nadie conoce la marca todavía. Y hay un 80 % de chances de que nadie la conozca jamás. Entonces, el sueño de muchos emprendedores es dejar de serlo, convertir su proyecto en “una empresa” y tomar ese apellido, también sin darse cuenta de que la vida es cada vez más larga, las cosas que hacemos más variadas y quiénes somos es una construcción mucho más compleja, que no nos define en una marca o una palabra.
Solemos creer que Steve Jobs se convirtió en emprendedor para inventar el iPod y luego el iPhone y cambiar, así, una tras otra, las industrias de la música, la telefonía e internet. O nos construimos la historia de que Mark Zuckerberg quiso crear la red social más usada de la historia para conectar el mundo y, en el camino, hacerse millonario... Pero olvidamos que Jobs empezó como vendedor de las computadoras que desarrollaba su socio, y Zuckerberg quería, básicamente, una novia.
Como contrapartida, cuando hablamos de Kodak nos enfocamos en cómo perdieron el negocio de la fotografía digital por no innovar, dejando de lado al ingeniero Steven Sasson, que a sus 24 años, en 1975, plantó las semillas de las cámaras que tenemos en nuestros celulares... Y lo hizo como empleado de aquella empresa.
Cuanto más dice un emprendedor que va a cambiar el mundo, menos probable me parece.
O no pensamos en los miles de medicamentos que se inventan, productos más confortables que se desarrollan o aviones más seguros que se producen, simplemente porque fueron hechos por empleados de grandes empresas. Hasta dejamos en el tintero al gran diseñador Jonathan Ive, responsable de buena parte de las innovaciones tecnológicas que disfrutamos desde su puesto de empleado de Apple.
Idealizamos al héroe que elegimos como líder del cambio enfocándonos en sus logros y, casi siempre, olvidándonos de quiénes lo acompañaron o sobre qué otras ideas se ensambló para desarrollar las propias. Esto parece casi natural e histórico, y no sería dañino si no nos llevara a pensar erróneamente que así se mejora el mundo, con cambios heroicos. Los medios y las conversaciones se enfocan en buscar un punto de inflexión, en petrificar ese momento mágico en el que todo cambió. Así, nos conducen a creer que eso es lo que debemos hacer para mejorar este mundo, perdiendo de vista que todos los cambios, incluso los que llamamos revoluciones, fueron procesos largos en donde uno evolucionó sobre otro. Y esto se puede lograr siendo tanto empleados como emprendedores. Se necesitan diferentes perfiles, diferentes momentos y diferentes actitudes para construir un mundo diferente.
Imaginemos que cuando nacemos ya nos consideramos un “emprendedor”. Como bebés tenemos inversores (nuestros padres) que confían en nosotros, tanto que están dispuestos a aportar su dinero en el proyecto durante muchos años, a riesgo. ¿Qué resultará de su inversión?
Vamos creciendo y otros comienzan a confiar, tal vez la escuela, nuestros amigos y familiares. Todos ellos invierten dinero, tiempo, atención, sin ninguna promesa explícita, pero sí con la convicción de que algo bueno generaremos.
En cierto momento, quizás terminando la adolescencia o más adelante, tienes más claro a qué quieres dedicarte y cómo vas a agregarle valor a la sociedad. Y, nuevamente, necesitas inversores que crean en tu proyecto, para pagar la universidad o tal vez para obtener un empleo, o quizás para abrir un bar.
Por ejemplo, cuando esos padres exigentes le quitan la mensualidad a aquel veinteañero que quiere ser artista, es porque no quieren invertir en ese emprendimiento. Por suerte, cada vez es menos común, y esto se reducirá hasta desaparecer. Los humanos seremos cada vez más humanos y artistas, como veremos en los próximos capítulos.
Seguiremos creando nuestro proyecto, que implica, de una u otra manera, construir un mundo mejor. Así, tal vez elegimos aceptar un puesto de trabajo a cambio de un salario, reduciendo por un tiempo nuestro riesgo. Pero el desafío es pensar cómo seguir creciendo en ese emprendimiento que cada uno de nosotros es, desde que nació. Y, más adelante, podremos convertirnos en inversores de emprendimientos de otros (por ejemplo, de nuestros hijos).
Al final, estamos todos emprendiendo en la vida. Nada es seguro, pero hay personas con actitudes diferentes frente a esto, y esa es la clave: la actitud. Tenemos que entender que, sin importar nuestra situación puntual, podemos vivir la vida como protagonistas, haciéndonos cargo de nuestras decisiones, entendiendo todo lo que no nos gusta como el precio que debemos pagar para lograr otras cosas y respetando nuestra esencia, aquello que llevamos dentro y que nos empuja a de-jar este mundo mejor de lo que lo encontramos.
1
El día a día: lo que un emprendedor y un empleado son en apariencia es, pues, evidente. Por eso es importante profundizar para entender y conocer la realidad. Busca dos o tres personas a las que consideres en cada categoría y, con tiempo, hazles las siguientes preguntas: ¿Cómo es tu día a día? ¿Cuántas horas trabajas en promedio? ¿Cuán variable es lo que ganas mes a mes? ¿De qué depende? ¿Si pudieras trabajar de cualquier otra cosa, qué harías?
2
Constantemente nos vemos influidos por lo que piensan otros pero, muchas veces, sin darnos cuenta. Por eso, para ser felices, es importante que podamos tomar nuestras propias decisiones sobre qué queremos. Para analizarlo, te propongo que hagas una búsqueda en internet de diez noticias de tu país con la palabra “emprendedor” y otras diez con la palabra “empresario”. Puedes usar Google, que tiene una opción para “noticias”. Léelas y califica el tono de la noticia con respecto a esa palabra como “positivo”, “neutral” o “negativo”. ¿Cuál es el tono más habitual para cada una? ¿Qué hubiera pasado diez o veinte años atrás? Luego, en el mismo buscador pero general, ya no de noticias, comienza a escribir “un emprendedor es”, y espera a ver qué te sugiere. Haz lo mismo con “un empleado es” o “un empresario es”, para evaluar las diferencias.
3
El hecho de que casi todo lo que como humanos generamos va quedando documentado en internet puede sernos útil para detectar tendencias y modas. “Google Books Ngram Viewer” busca en todos los libros publicados en determinado periodo e idioma las frases que elijas. En el gráfico se puede ver como, en libros en español, hay cada vez más menciones a los “emprendedores”, con un salto especial desde el año 2000.