Página de créditos

Womanizer


V.1: junio de 2020

Título original: Womanizer


© Katy Evans, 2016

© de la traducción, Aitana Vega Casiano, 2020

© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2020

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen de cubierta: Andre 2013 - iStock


Publicado por Principal de los Libros

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-17972-27-1

THEMA: FR

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

WOMANIZER

Katy Evans

Traducción de Aitana Vega Casiano






A todas las cosas inesperadas de la vida


Sobre la autora



Katy Evans creció acompañada de libros. De hecho, durante una época eran prácticamente como su pareja. Hasta que un día, Katy encontró una pareja de verdad y muy sexy, se casó y ahora cada día se esfuerzan por conseguir su particular «y vivieron felices y comieron perdices». 

A Katy le encanta pasar tiempo con la familia y amigos, leer, caminar, cocinar y, por supuesto, escribir. Sus libros se han traducido a más de diez idiomas y es una de las autoras de referencia en el género de la novela romántica y erótica. 

Womanizer

A veces, la vida tiene sus propios planes


Cuando conseguí unas prácticas de verano en Carma Inc., no esperaba conocer al hombre que pondría mi vida patas arriba: Callan Carmichael, el mejor amigo de mi hermano, mi jefe y el mujeriego más conocido de Chicago. Sé que no viviremos un «felices para siempre», pero, durante los próximos tres meses, será solo mío.



Llega la nueva novela de Katy Evans, autora best seller de Real y Pecado



«Si os gusta la novela romántica, no dejéis escapar este libro. Estoy segura de que os gustará tanto como a mí.»

Harlequin Junkie


«Una historia de amor intensa, adictiva y sexy. ¡Tenéis que leerla!»

Addicted to Romance


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Contenido


Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Dedicatoria


Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29


Queridos lectores

Agradecimientos

Sobre la autora

Agradecimientos


Tengo la gran suerte de estar rodeada de un equipo increíble de personas que me motivan y me inspiran. Quiero dar las gracias a mi mejor amiga, Monica Murphy, por su amistad, su entusiasmo y su apoyo, y por las largas llamadas, los mensajes cortos y los correos constantes. Sobre todo, por ser tan fantástica e inspirarme a todas horas. Por no mencionar el privilegio de leer sus creaciones antes que nadie, igual que ella las mías. Gracias por todo, amiga. 

A mi familia, porque gracias a ellos puedo hacer lo que quiero. Os adoro.

Gracias a mi agente, Amy Tannenbaum, la persona más maravillosa que podría tener, y a todo el equipo de Jane Rotrosen Agency (¡los mejores!).

Gracias a mi supereditora, Kelli Collins, a las fabulosas Ryn Hughes, CeCe Carroll, Lisa Wolff, Anita Saunders, mi correctora, y Angie McKeon.

Gracias también a Nina Grinstead y a todo el equipo maravilloso de Social Butterfly PR. 

A mis colegas autoras, Mónica, Emma, Kristy y Kim.

Gracias a mi increíble editor de audio, S&S Audio, y también a mis editores extranjeros por traducir mis historias para que se lean en todo el mundo.

Gracias a Julie de JT Formatting y a mi diseñador de portadas, James, de Bookfly Covers, ¡habéis hecho un trabajo increíble!

Gracia a Melissa, por las mil razones que ya conoces.

A todas las blogueras que hay por ahí, gracias por todas las veces que habéis compartido vuestro amor por mis libros.

Gracias de corazón a mis lectoras, por leerme, apoyarme y amar a mis historias y a mis personajes. Significa muchísimo para mí.

Gracias por dedicarle un rato a este mundo. 


Katy

1. Traslado a Chicago


Miro por la ventanilla del avión; la ciudad de Chicago está a mis pies. Mi hogar durante los próximos tres meses.

Mis mejores amigas, Farrah y Veronica, no se lo creyeron cuando se lo conté.

No fueron las únicas. Nadie en Hill Country lo hizo, ni siquiera el jefe de mis sueños, Daniel Radisson, director de Inversiones Radisson en Austin, que rechazó mi solicitud de prácticas. Me dijo que consiguiera experiencia y volviera a verlo una vez estuviese lista. Pasé por allí para decirle que había encontrado trabajo y que volvería a su empresa cuando terminara.

—¿Has conseguido unas prácticas en la mayor empresa de Chicago tú solita? —preguntó y negó con la cabeza, incrédulo, mientras observaba mis tacones, mi minifalda, mi camiseta de lentejuelas y mi bolso cruzado.

Ignoré la absoluta falta de confianza que tenía en mí y resistí el impulso de esconder la mano detrás de la cintura para cruzar los dedos y contar una mentirijilla.

No me hacía ninguna gracia admitir que había sido gracias a mi hermano.

Pero odio mentir, así que me contuve, aunque soporto todavía menos que me subestimen.

Mi hermano me había conseguido el trabajo, pero yo solita lo conservaría y ascendería por mis propios méritos. Sin favores de nadie. Un día, tendré mi propia empresa y ayudaré a otros a cumplir sus sueños.

—Mi hermano es amigo del director general y se mostró encantado de contar conmigo —dije. Técnicamente, no era mentira. Aunque Tahoe solo me había dicho: «He hablado con Carmichael. Envía toda la documentación a este correo. Empiezas la primera semana de junio».

No mencionó la palabra «encantado», pero si su amigo había aceptado contratarme, supongo que no le parecería del todo mal.

Al menos, yo sí estoy encantada.

Me han subestimado toda la vida. Al cumplir los dieciocho, mi hermano me mandó a Francia a pasar el verano y, cuando volví, no sabía decir nada más que «oui». Fue una decepción enorme para mis padres, que esperaban que a la vuelta hablara francés a la perfección como una señorita sofisticada. Vale, no se me dan bien los idiomas. Menudo drama. Soy graduada en empresariales y tengo grandes planes.

Así que, la última semana de mayo, con todo ya empaquetado y después de echar un nostálgico último vistazo a la que ha sido mi habitación durante casi toda mi adolescencia y mi vida adulta, me lancé al vacío. No solo me marché de casa, sino que cedí a la insistencia de mi hermano de recogerme con su jet privado y llevarme hasta la Ciudad de los Vientos.

Hubo lágrimas cuando mis padres guardaron el equipaje en el maletero del monovolumen familiar y, todavía más, cuando llegamos al aeropuerto.

Yo fui quien más lloró. No me juzguéis, lloro con facilidad. Eso no significa que no pueda ser una tipa dura. Preguntad a Ulysses Harrison, que se llevó un puñetazo en las pelotas por intentar tocarme las tetas cuando empezaron a crecerme.

Abracé a mis padres y aproveché para empaparme de su olor: el de mi madre, a canela y manzana y, luego, el de mi padre, a Old Spice. Tras soltarlos de mala gana, subí las escaleras del lujoso avión privado de mi hermano. Una vez arriba, me despedí con la mano e imitaron el gesto mientras se abrazaban el uno al otro. Mi padre sonreía y tenía esa cara tan típica suya de «soy fuerte, pero estoy sensible, maldita sea». Mi madre estaba oculta bajo una sombra, así que no vi si tenía los ojos llorosos.

Cuando el piloto cerró la puerta, me acomodé en el asiento cercano a las alas para no sentir que no había nada debajo. Una superstición para obligarme a volar.

Los motores se encendieron, me recliné en el asiento y cerré los ojos mientras le daba vueltas al anillo de la mano izquierda.

Las alturas y yo no somos muy amigas.

Una vez, mi hermano me salvó de las alturas, por eso es el único con quien me siento a salvo. Ni muerta me habría subido a un vuelo comercial, pero este es su avión. Cuando abrí los ojos en mitad del trayecto, encontré un mensaje en uno de los asientos: «Aguanta, acabará enseguida».

Me reí. Ahora estamos a punto de aterrizar. Escucho música para distraerme y pongo la canción «I Lived» en bucle mientras el avión toca tierra en Chicago. Aquí viviré los próximos tres meses y empezaré las prácticas, que serán el primer paso de los muchos que tengo que dar para que mis sueños se hagan realidad.



Mi hermano Tahoe y su novia me recogen en el aeropuerto en un Rolls Royce Ghost muy sucio. De verdad, a mi hermano le encanta tener cosas bonitas, pero no le importa usarlas hasta que las destroza. Yo, sin embargo, soy de las que guardan su bolso favorito en una bolsa doble con relleno para protegerlo del polvo, después, en una caja, y evito usarlo por miedo a hacerle un rasguño. Tahoe ni se preocupa lo suficiente como para pagar a alguien para que le lave el coche de trescientos mil dólares.

Llegamos a un rascacielos precioso en el Loop y llamamos al ascensor.

Me besa en la mejilla cuando entramos.

—Ni te acerques a las discotecas —me susurra. Me advierte, más bien.

—Déjala en paz, abusón —me defiende su novia.

Mi hermano es alto, rubio y algo asalvajado, mientras que su novia, Regina, es voluptuosa, morena y sensual.

La atrae hacia sí y la calla con un beso sonoro que hace que ella gruña como si no le gustase, pero se sonroja, así que es evidente que no es así.

—Soy su hermano mayor, es mi trabajo. —Le sonríe y la mira de esa forma tan especial. Después, se pone serio al fijarse en mí.

—Va en serio. Lejos de las discotecas.

Gruño.

—No me interesa ir, ¿vale? He venido a trabajar. Además, he sobrevivido en Texas siete años sin que vigilases mis actividades nocturnas.

Quiero a mi hermano. A veces es un poco brusco, pero tiene buenas intenciones. Amo a mi familia y quiero que se sientan orgullosos de mí.

—De acuerdo. Carmichael lo hace como un favor personal.

—Gracias por recordarme que no tengo cualidades para conseguir unas prácticas por mí misma.

—¿En una empresa de la lista Fortune 500? Hermanita, eres buena…

Frunzo el ceño.

—¿Pero no tanto?

Me mira con una sonrisa divertida y me revuelve el pelo.

—Eres buena. Haz que me sienta orgulloso, ¿vale? —Me levanta la barbilla.

Asiento.

Callan Carmichael. No lo conozco, aunque, al parecer, es muy amigo de mi hermano. Desde que Tahoe se mudó a Chicago, siempre que he venido a verlo me ha dicho que no me acerque a sus amigos. Ahora soy lo bastante mayor para trabajar en la empresa de uno de ellos, Carma Inc., gracias al mismísimo propietario y director general. Carma es un conglomerado de más de diez empresas multimillonarias que se dedican a los medios de comunicación, los bienes inmuebles y las inversiones internacionales. Además, la especialidad de Carmichael son las absorciones. Es un tiburón. No me gustan demasiado los cotilleos, todavía menos los de una ciudad en la que vivo desde hace solo una hora, pero sé que en Chicago pronuncian su nombre con un poco de miedo. Carma Inc. lleva años haciendo pagar por su mala gestión a otros negocios. Sin piedad.

Ahora veré cómo me gestiono yo. Cuando llegamos a la puerta del apartamento, me detengo y respiro hondo.

Acepté viajar en el avión de mi hermano, pero en el momento en que se ofreció a alquilarme un piso en su mismo edificio, me negué en redondo. Es mi independencia lo que está en juego. Así que llegamos a un acuerdo porque no fui capaz de encontrar nada asequible cerca del trabajo.

Me quedaré en el piso de alquiler de su novia, ya que casi vive con Tahoe.

Un amigo suyo, Will Blackstone, es dueño de un edificio de primera en el Loop, que piensa demoler para construir complejos de apartamentos. Como todavía no tiene los permisos y podría llevarle un tiempo, Gina alquiló un piso que no se usaba para nada a un precio increíble. Todavía tiene algunas cosas aquí, pero todo lo que necesita está en casa de Tahoe. Este será mi hogar los próximos tres meses.

Pues aquí estoy, llena de emoción cuando introduzco la llave por primera vez en la cerradura de mi nuevo apartamento.

—¿Tienes pensado abrir la puerta hoy, hermanita? —pregunta Tahoe con el hombro apoyado en la pared mientras espera impaciente.

—¡Dame un momento! ¡Deja que lo disfrute! —protesto.

Me tiemblan un poco las manos y mi hermano se da cuenta, pero, aun así, deja que sea yo quien abra la puerta.

Lo hago por fin y entro.

Es un apartamento de un dormitorio y dos baños, con un vestidor tan grande como mi habitación en Texas, una cocina gigantesca y un salón con unas vistas de infarto. Los suelos de madera huelen de maravilla.

—Cómo echo de menos este sitio —comenta Regina con un suspiro.

Tahoe la mira con la ceja arqueada.

—No he dicho que me guste más que tu casa. —Le da una patadita cariñosa y él sonríe.

Mientras se ponen ojitos, me acerco a abrir la ventana. Gina me convenció para mudarme cuando me dijo que el aire olía a chocolate porque había una fábrica cerca.

Inspiro hondo. No solo huele a chocolate, también sabe a él.

Repaso los edificios vecinos con la mirada y me cuesta creer que esté aquí de verdad. Me pellizco un poco y duele. ¡Es real!

Los edificios son preciosos y la calle, tranquila. Bajamos un momento a por las maletas.

Cuelgo la ropa. Al contrario que mis amigas de Texas, no me gusta tener el armario a punto de reventar. Una vez, alguien me dijo que vaciar el armario era una manera de dejar espacio a cosas nuevas en la vida. El mío siempre ha tenido espacio suficiente para todo. No sé lo que vendrá, pero algo será.

Gina me ayuda a deshacer las maletas y Tahoe va a buscar comida china para cuando acabemos. Después, se marcha a prepararse para una cena elegante a la que tiene que asistir y me quedo sola, mirando la estancia. No me creo que este sea mi primer apartamento.

Me resulta raro no oír a mis padres abajo, pero sí advierto los ruidos de la ajetreada vida de la ciudad, y eso me gusta.

En el salón, añado el único cojín que he traído de casa. Tiene una colorida corona sobre la que hay un bordado:

LA REINA DE TODO

Mi abuela me lo dio. Si Texas tuviera reina, sería ella.

A los ochenta y dos años, todavía es la abuela más guay del mundo. Es como mi propia Betty White, con el pelo blanco perfecto y más palabrotas en su vocabulario que un pirata.

Lo único que Gina no compró fueron unos taburetes para la isla de la cocina. Como quiero aprender a arreglármelas con mi sueldo y prefiero evitar gastos innecesarios, acercaré la silla del escritorio con un cojín cuando lo necesite y ya está.

Hago la cama y organizo las fotos de Tahoe, papá, mamá y yo en la mesita. Luego, entre resoplidos, subo como puedo la maleta al estante superior del armario para que no ocupe espacio en el suelo.

Esta noche, duermo en un piso solo para mí por primera vez en la vida.

No sé si me gusta.

Aún.



El domingo termino de organizar el armario del apartamento nuevo y luego meto material de oficia en mi nuevo maletín, un regalo de mis orgullosos padres.

De Texas se marchó una chiquilla de veintidós años que mañana se convertirá en una mujer adulta e independiente. Estoy lista. Tengo mucho que demostrar; sobre todo, a mí misma. He venido a aprender a jugar con los niños grandes en ligas mayores.

Lleno el maletín de cuero negro con pósits, bolígrafos, lápices y algunas cosas más. También me voy de compras para asegurarme de encontrar el atuendo perfecto. Al parecer, el director general aplica un código de vestimenta. Voy a comprar los uniformes necesarios para trabajar en Carma Inc.: trajes en negro, blanco o gris.

Cuando vuelvo a casa, me encuentro una bolsa de palomitas con una nota.

No serás una auténtica ciudadana de Chicago hasta que las pruebes. De tu hermano favorito

Le mando un mensaje:

Livvy: Eres mi único hermano, idiota.

T. R.: Por eso soy tu favorito.

Livvy: Dale recuerdos a Gina. Me acostaré temprano. ¡Mañana es un gran día!

T. R.: Todos los días de los próximos tres meses lo serán. Carmichael es un trozo de pan, en todo menos en los negocios. Estás avisada.

Livvy: Acepto el reto.

T. R.: Si te acobardas, te dejo hacer las prácticas conmigo.

Livvy: ¿Con mi hermano favorito? ¿Para que me deje pintarme las uñas y ver la tele en el trabajo? No, gracias, prefiero ganarme el puesto.

T. R.: Avísame cuando eches de menos ser una princesa y veré qué puedo hacer.

Livvy: Prometido.

T. R.: Hablando del diablo, esta noche voy a cenar con tu jefe.

Livvy: No habléis de mí, ya te he dicho que no quiero ningún trato favorable por ser tu hermana.

T. R.: Ya te oí la primera vez.

Livvy: ¡Prométemelo!

T. R.: Hermanita, aunque no lo creas, tenemos más cosas de las que hablar que no te conciernen.

Livvy: ¿De verdad? Pues deja de molestarme. ¡Estoy bien! Más que bien. No me agobies, para eso están las madres.

T. R.: Anda, vamos a dejarlo por hoy. Llámanos a mí o a Regina si necesitas algo.

Livvy: Lo haré si no pierdo los números.

T. R.: Ja, ja.

Me acuerdo de que Gina tiene una llave, seguramente ha sido ella quien me ha dejado las palomitas. Me como la bolsa de Garrett Mix para cenar y gimo del gusto, incluso al lamerme los restos de los dedos. Luego, me voy a la habitación y me sorprendo al encontrar una cestita con preservativos sobre la cama.

Liv, no le cuentes a Tahoe que te he dejado esto aquí. Solo quiero asegurarme de que seas lista. 

Con cariño, Gina

Me río y miro los condones de sabores de la bolsa, todos de talla extragrande. No quiero saber por qué Gina ha creído que esa es la talla más común, porque estoy bastante segura de que no lo es, pero bueno. Escondo la cesta detrás de uno de los marcos de fotos de la mesita y luego llamo a mis padres para decirles que ya estoy instalada.

—¿Todo bien por allí, Olivia? ¿Tu hermano te ha ayudado a instalarte?

—Mamá, un poco más y Gina y él se mudan conmigo —protesto, pero me río, agradecida de tener una familia que me quiere y me apoya. Sé que quieren lo mejor para mí. Los adoro y quiero que se sientan orgullosos.


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2. Primer día


Me despierto antes de que suene la alarma debido a los nervios.

No es solo porque vaya a empezar mi primer trabajo de verdad, sino por dónde es. Sé que la experiencia en Carma me dará ventaja para cuando vuelva a Radison Investments y, luego, para crear mi propia empresa. Aprender de una de las compañías que más absorciones realiza me ayudará a conocer los juegos sucios del mundo corporativo y, así, sabré cómo pararlos y proteger a los negocios que quiero ayudar. Sin embargo, aunque esté decidida a aprender tanto como pueda, tengo que asegurarme de salir de Carma en tres meses sin haber vendido mi alma.

No quiero que la experiencia me vuelva despiadada, como se rumorea que son todos los que trabajan allí.

Aun así, me visto para la ocasión con un uniforme de oficina arreglado: una falda de tubo a juego con una americana corta ajustada. Me recojo el pelo en una coleta baja. Es elegante y me gusta la sensación del pelo sobre la nuca; me reconforta. Es una zona muy sensible. El más ligero soplo de aire me hace cosquillas. Lo siguiente son los tacones y los pendientes de perlas. Me encantan los accesorios y adoro llevar bufandas y adornar la coleta con pañuelos, pero ya no estoy en la universidad. Esto es la vida real.

En Chicago hace calor y mucho viento. Cuando salgo del taxi, levanto la vista hacia el edificio de Carma Inc.

Si la reputación de la empresa no es suficiente para intimidarte, el edificio lo hará.

Tiene más de cincuenta pisos de altura y da la sensación de que va a engullirme cuando me paro en la acera frente a las imponentes puertas de cristal. Además, abarca toda la manzana, pues se extiende también hacia los lados.

«Impresionante».

No me creo que vaya a trabajar aquí.

Hoy tengo una sesión informativa en la que me comunicarán mis tareas junto a otra docena de becarios.

Respiro hondo y aprieto el maletín contra el pecho.

«Vale, allá voy».

Bajo el maletín y entro en mi primer trabajo de verdad.

Siento mariposas en el estómago al subir en el ascensor. Me miro, vestida con el uniforme. Dios. Parezco asustada. «¡Contrólate, Livvy!». No sé si lo conoceré hoy. O si llegaré a hacerlo. He dejado claro que no quiero ningún trato especial por parte de mi hermano y supongo que Tahoe se lo habrá comentado a Callan Carmichael. Ahora soy una empleada más.

Aun así, espero hacer un gran trabajo y que llegue a saber de mí. Estará «encantado» de haberme contratado.

Bueno, primer día.

Por suerte, solo tendré un primer día aquí.



Solo llevo un día y ya he oído hablar de la última absorción. Lo han comentado en la cafetería y en todas las llamadas que ha recibido mi jefe a lo largo de la jornada. Me han enviado al departamento de investigación a trabajar para Henry Lincoln. Es un hombre de mediana edad, de apariencia amable y con pinta de historiador. Es calvo y suena algo gruñón, pero tiene una mirada cordial que siempre parece perdida en el infinito, como si estuviera pensando en otra cosa.

Lo ayudo con su investigación. Es una de las mentes más brillantes de Carma y nuestro trabajo consiste en encontrar negocios que, sin duda, requieren la atención de la empresa.

No me interesa especializarme en absorciones; quiero encontrar empresas que necesiten ayuda y buscar la manera de prestársela. Sin embargo, para llevar a cabo lo que quiero en el futuro, supongo que la mejor forma de construir un negocio es conocer cómo se desmantelan las empresas y por qué. Revisar todos los detalles de una firma y encontrar sus puntos débiles es el método que los tiburones como Carmichael utilizan para hacerlas caer y luego reclamar la propiedad. No obstante, encontrar los puntos débiles también me ayudará a aprender maneras de reconstruir y fortalecerlas hasta volver a conseguir un negocio rentable. Voilà.

Me paso la mitad del día agobiada por si estoy hecha para esto y desesperada por no fallar. Café, notas, carpetas e investigaciones.

Las absorciones hostiles son la clave del juego. Tengo que investigar sobre el posicionamiento, es decir, si el negocio que buscamos aparece en la lista de Dow o NASDAQ, sobre los inversores, el historial de la empresa, la inversión de capital, el flujo de efectivo, los costes de funcionamiento, las obras…

El horario es de nueve a cinco, pero me quedo hasta las seis para ayudar al señor Lincoln a terminar con las pilas de carpetas para la presentación de mañana con Carmichael y la junta.

Traigo las últimas copias de la sala de la fotocopiadora del tercer piso, además del quinto café de Lincoln y, al dejarlo sobre la mesa, me lo tiro sobre la chaqueta gris obligatoria.

—¡Mierda! —mascullo—. Señor Lincoln…

—No pasa nada. Ya casi hemos acabado. Vete. Quítate ese estropicio, pero no dejes que nadie te vea sin ella.

Noto cómo el café se me pega a la piel a través del tejido y me quito la chaqueta.

—Vete, en serio —insiste, me echa con un gesto de la mano y vuelve a centrarse en los papeles.

Me marcho después de prepararle otro café y dejárselo en la mesa.

—Lo siento —me disculpo.

—Deja de disculparte. Te has esforzado más que ningún becario que haya visto en su primer día. Vete a casa a descansar —repite, más amable ahora que le he traído más café.

Asiento y me encamino hacia los ascensores con la chaqueta doblada en el brazo. Se abren tres a la vez, llenos de gente que se va a casa y se quedan mirando la chaqueta manchada.

¡Fantástico!

¿Voy a ser la becaria que metió la pata el primer día?

Le doy al botón de subir y el ascensor que se abre está vacío.

Entro y suspiro. Espero a que todo el mundo se haya ido antes de hacerlo yo.

Salgo a una terraza preciosa.

Contengo el aliento cuando veo algo.

Hay una figura oscura al fondo, apoyada en la barandilla.

Lleva unos pantalones negros y una camisa blanca. Se le marcan los músculos de la espalda y lleva un cinturón de cuero negro que le realza la cintura. No hablemos del culo.

Me da la espalda y parpadeo porque vaya espalda.

Tiene un cigarrillo en la boca. No fumo, pero de repente me entran ganas de hacerlo.

Se lo ve relajado y en la cima del mundo y, entonces, yo también quiero relajarme y subir ahí con él.

—¿Te parecería muy mal si te pidiera una calada? —Avanzo un paso.

No se vuelve a mirarme y tampoco parece sorprendido de que esté allí. Habrá oído el timbre del ascensor al abrirse y estará acostumbrado a que venga gente aquí arriba.

Apenas levanta la mano, en silencio, se le marcan las venas en el antebrazo. Seguro que hace ejercicio.

Me acerco a donde está apoyado, observando la ciudad.

—Es mi primer día.

—Actúa como si fuera cualquier otro día y te irá bien.

Me sorprende la gravedad de su voz. Le quito el cigarrillo de los dedos, le doy una calada y siento que me mira al expulsar el humo. Le devuelvo la mirada.

Tiene el pelo castaño con algunas vetas claras por el sol y sus ojos, perturbadoramente intensos, me miran con fijeza. Están cercados por unas pestañas negras y largas y, sobre ellos, unas cejas rectas y oscuras.

Proceso las demás características del rostro y me cuesta creer que exista algo tan perfecto. La frente lisa, la nariz elegante y la boca fuerte, la mandíbula de líneas perfectas, cubierta por una barba algo dejada (pero no demasiado) y los labios que, por alguna razón, me hacen pensar en los míos propios.

Lo miro fijamente.

«Deja de mirarlo».

—Eh…

Le brillan los ojos.

—¿Quieres uno? —pregunta con la voz todavía más grave.

—¿Qué?

Señala el cigarrillo casi consumido, se lleva la mano al bolsillo interior de la chaqueta y saca un paquete de tabaco que abre con un solo movimiento.

Me alegra conocer a alguien que no sea mi hermano o su novia. Es el primer amigo que hago por mi cuenta.

Asiento con miedo a levantar la mano. Se lo lleva a los labios, lo enciende, da una calada y me lo ofrece a la vez que exhala lentamente una nube de humo que se eleva mientras me mira.

Acepto el cigarrillo, me lo acerco a la boca y aspiro. Expulso el humo despacio.

—Gracias. —Me quedo donde estoy—. Me dan miedo las alturas.

Se vuelve y se encoge de hombros. Me mira con curiosidad.

—¿Tienes algún motivo para subir aquí, además del masoquismo? —Le tiembla un poco el labio.

El mío también.

—El pánico a las alturas hace que el resto de mis miedos no parezcan tan graves. Cuando las cosas se me van de las manos, busco el sitio más alto posible y todo me parece más fácil. Más insignificante.

Esboza una sonrisa que hace que se me acelere el pulso mientras me quita el cigarrillo de la boca y lo aplasta en el cenicero más cercano.

—Ven aquí. Prometo que no dejaré que te caigas.

Dudo.

Se guarda el paquete de tabaco en el pantalón y, como si nada, tira de mí para acercarme unos centímetros a la barandilla.

—¿Lo ves? No hay nada que temer.

El tono grave de su voz se me hunde en el estómago como un ancla y me provoca un cosquilleo. Tiemblo. Entonces, me doy cuenta de que este tío, un extraño, me está tocando. Me rodea la cintura con el brazo.

¿Eh, hola, Livvy? Reacciona. No soy la clase de chica que se deja tocar sin haber tenido antes una cita decente.

Me retuerzo un poco, pero es fuerte.

—Puedes soltarme.

—¿Segura? —Todavía le brillan los ojos.

—Sí, suéltame. —Estoy temblando. Me mira divertido.

Baja la mirada hasta su mano, sonríe y arquea una ceja con picardía.

—¿De verdad? —Me observa como si intentara asegurarse de que voy a sostenerme en pie.

Asiento.

—Estoy bien.

Me suelta, vuelve a sonreír, intrigado, y luego echa un vistazo al reloj.

—Llego tarde.

Suspiro y asiento.

—Voy a quedarme aquí un rato más.

Saca el paquete de tabaco y lo deja sobre la barandilla. Después, me guiña un ojo y se marcha.

Miro los cigarrillos. Avanzo un paso y luego otro más, pero, aunque todo lo que siempre he querido me estuviera esperando en esa cornisa, no podría alcanzarlo por más que quisiera.

3. El fumador guaperas


Me convenzo de que hoy no voy a subir a la azotea, pero al día siguiente vuelvo a los ascensores en dirección a la terraza antes de ir a casa. No es el sitio lo que me provoca tanta curiosidad.

Es el fumador guaperas.

No soy de las que se pasan el día pensando en los hombres. Apenas les presté atención en la universidad; estaba demasiado ocupada estudiando. Así que esta sensación es algo nuevo para mí y, quizá, me resulta un tanto inquietante.

Hoy lleva un polo azul. Es bastante osado que no le importe que lo despidan por no llevar la ropa reglamentaria en blanco, negro o gris que visten todos los empleados. Será el chico del correo.

—A ti tampoco te importa el código de vestimenta, ¿eh? —digo.

Arquea una ceja. Se ríe por el tono de aprobación con el que hablo.

—Hoy llevas un polo, el otro día ibas sin chaqueta.

No lo creía posible, pero los ojos le brillan más.

—Te fijas mucho en mi ropa.

Parece divertido y encantado por ello y, sin saber por qué, me sonrojo.

Le da la vuelta a la silla y se sienta frente a mí con los brazos apoyados en el respaldo.

—¿Qué le pasa al código de vestimenta? Diría que no te queda nada mal.

Pongo los ojos en blanco. Se burla de mí.

—Es aburrido, eso le pasa. —Lo señalo y admiro su actitud de «me importa una mierda»—. Ojalá tuviera esas pelotas.

—¿Dónde las quieres tener, exactamente?

Me río y me sonrojo. Por favor.

Se ríe también.

—Perdona, ha estado fuera de lugar —se disculpa a la vez que se inclina en la silla—. No he podido resistirme.

—Deberías, la verdad —digo y frunzo un poco el ceño—. ¿Alguna vez te funcionan esas tonterías?

—Te sorprendería saber a cuántas mujeres les gustan mis tonterías.

Lo miro con incredulidad.

—Si tú lo dices. —Tiene encanto y una cara que ayuda bastante, pero también un ego gigantesco que no pienso alimentar—. Me refería a tener las pelotas de no ponerme la ropa obligatoria. ¿Cómo te sales con la tuya?

—Mis tonterías me ayudan a encandilar a las recepcionistas para que me dejen pasar.

—Si en la recepción hubiera algún hombre, tal vez los encandilaría yo.

Me mira.

—No lo dudo.

—En serio. Una cosa es ser perfeccionista y otra ser un neurótico. ¡Venga ya! —Suspiro—. Aunque no quiero decepcionar a mi hermano. Él me consiguió el trabajo, pero me lo voy a ganar.

Arquea las cejas y me observa como si acabara de darse cuenta de algo importante.

Me pregunto si tiene otras aspiraciones además de ser el chico del correo. No aparenta ser alguien desesperado por ascender.

Estoy tan distraída con esas preguntas que no me percato de que baja la vista al cigarrillo con el ceño fruncido. Se ríe con voz queda, se levanta de la silla y retrocede un paso.

—Buenas noches —dice.

Toma su chaqueta, el móvil y las llaves y se marcha.

¿He dicho algo malo?



Al día siguiente, lo veo en el ascensor.

Otra empleada entra con nosotros y, en cuanto se fija en él, se pone rígida. Me sorprende que no se arregle el pelo, aunque no la culpo. Yo también reprimo la necesidad de acicalarme. Asiente con educación mientras subimos hasta nuestras plantas. El fumador guaperas le devuelve el gesto y luego me mira. No asiente. Solo me observa. Sonrío. Nos quedamos solos.

Me impresiona ver al chico del correo sin ambición vestido con el que puede que sea su mejor traje, negro y con una corbata que no deja indiferente. Aquí nadie se pondría una corbata roja a no ser que fuera para una entrevista; debería ser plateada o negra.

—¡Qué elegante! ¿Vas a una entrevista? —pregunto cuando estamos a solas—. Te has puesto tu mejor traje.

Se ríe, luego se frota la cara y niega con la cabeza.

—Vamos a juego —añado y señalo el pañuelo rojo que llevo para atarme el pelo; mi pequeño gesto de rebeldía contra el código de vestimenta.

—Sí, tendré que hacer algo al respecto. —Alza la mano, tira del pañuelo para soltarlo y se lo guarda en el bolsillo. Así sin más. Se cruza de brazos con indiferencia y observa el panel que indica la planta.

Ladea la cabeza y no se me escapa cómo me recorre los hombros y la caída del pelo con la mirada. Me quedo sin aliento.