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Editado por Harlequin Ibérica.

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N.º 529 - 12.8.21

© 2002 Vivienne Wallington

Un paso adelante

Título original: Kindergarten Cupids

© 2002 Florence Moyer

La novia robada

Título original: Kidnapping His Bride

© 2014 Scarlet Wilson

La heredera del castillo

Título original: The Heir of the Castle

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

 

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2002, 2002 y 2016

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta

edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

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I.S.B.N.: 978-84-1375-766-7

Índice

 

Créditos

Un paso adelante

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

 

La novia robada

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

 

La heredera del castillo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

DESDE la cocina, Mardi Sinclair miraba a su hijo Nicky, que estaba en el jardín trasero jugando con Scoots, el labrador negro al que adoraba. Ella se preguntaba cómo podría soportar el hecho de apartar a su hijo de la casa y del jardín en el que siempre había vivido. Pero no tenía más opciones. Había vendido la casa y tenía un mes para encontrar otro sitio donde vivir, un sitio más pequeño, en una zona más barata. Una casa o un piso para alquilar, no para comprar.

Con un hijo de cinco años, un abuelo enfermo y un perro enorme, no iba a resultarle fácil.

Al ver que las gafas de su hijo salían despedidas mientras el pequeño se revolcaba por la hierba con el perro, Mardi contuvo la respiración:

«¡Oh, no, otro par de gafas rotas no!»

Mardi se apresuró a salir al jardín.

Pero Nicky ya estaba poniéndose las gafas otra vez.

–No se han roto, mamá –la miró con una sonrisa triunfal. En un principio, el pequeño odiaba llevar gafas, pero después se acostumbró y comenzó a llevarlas con orgullo.

Y Mardi estaba orgullosa de su hijo. Lo adoraba. Su astigmatismo había mejorado mucho y, según el oftalmólogo, en unos años podría dejar de necesitar gafas. Y quizá también las infecciones de amígdalas pasaran a la historia.

Lo tomó en brazos y lo abrazó con fuerza.

–Muy bien, cariño. Eso es magnífico.

–Mamá... –Nicky le preguntó con mirada de súplica–. ¿Podemos invitar a Ben mañana?

Mardi sintió que se le encogía el corazón. Había perdido la cuenta de las veces que Nicky había preguntado por su amigo Benjamin Templar. Lo hacía desde que su padre murió y la guardería había cerrado durante las vacaciones de verano. Cada vez que preguntaba por él, ella inventaba una excusa. Y esa vez hizo lo mismo.

–Tenemos que buscar una casa nueva –había intentado explicarle que, puesto que su padre se había ido al cielo, ya no podían mantener una casa con jardín. Pero era algo difícil de comprender para un niño de cinco años–. Intentaremos encontrar una casa cerca de un parque, donde Scoots y tú podáis correr.

–¿Y Ben podrá venir al parque con nosotros? –preguntó Nicky.

Mardi suspiró. Ben, siempre Ben. Desde el día que comenzó a ir a la guardería Saint Mark’s, después de que se mudaran a la casa nueva el pasado agosto, los dos niños habían sido inseparables. Ben, que era tres meses mayor y un poco más alto que Nicky, había tomado un papel protector hacia él y lo defendía de las bromas y burlas de los otros niños. Y Nicky, que era muy avispado, a menudo había evitado que Ben se metiera en problemas. Los niños mantenían una sólida amistad y ambos esperaban con nerviosismo el momento de ir juntos a la escuela. ¿Quién cuidaría de su hijo cuando lo cambiara de colegio?

–Mira, ¿por qué no vas a preguntarle al abuelo si quiere jugar contigo antes de cenar? –Mardi había descubierto que, a veces, entretener a Nicky servía para que dejara de pensar en Ben Templar.

–El abuelo se ha quedado dormido.

–Bueno, de todos modos es hora de darte un baño –dijo ella, y frunció el ceño al oír el timbre de la puerta–. Oh, cielos, ¿quién será a estas horas? –esperaba que no fuera el agente inmobiliario. No era el momento de hablar del precio de las casas de alquiler, tenía que sacar del horno la tarta de zanahoria y el pastel de queso–. Vigila a Scoots, Nicky. Voy a ver quién es.

En lugar de entrar en la casa para abrir la puerta, la rodeó por el jardín y subió las escaleras que llegaban al porche delantero. Llevaban menos de seis meses en aquella casa y ya tenían que marcharse.

Al ver que el que había llamado a la puerta no era el agente inmobiliario sino un apuesto hombre de cabello oscuro vestido con un elegante traje, se sorprendió.

El hombre se volvió para mirarla y ella se percató de que tenía unos bonitos ojos azules y un mentón prominente.

Era él. El hombre con el que estuvo a punto de chocarse hacía unos meses en la guardería... «Otro padre que ha venido a dejar a su hijo», había pensado. ¿Cómo iba a olvidarse de esos ojos y de ese rostro? ¿O de la reacción que había tenido al verlo?

Cuando él se echó a un lado, sus miradas se cruzaron y, en ese mismo instante, ella sintió una fuerte atracción sexual. Algo que nunca había sentido antes, ni siquiera en los días más felices que pasó con Darrell.

Se sonrojó al recordar ese momento.

Y allí estaba él, en su casa. Tenía el mismo aspecto que aquella inolvidable mañana, una mirada fascinante, las cejas espesas, la boca sensual y las espaldas más anchas que había visto nunca. Estaba muy sexy y vestía un traje de diseño, con mucho estilo.

¿Qué estaba haciendo allí? Mardi trató de buscar respuestas a esa pregunta. Esa vez tampoco iba acompañado de ningún niño. Quizá, después de todo, no fuera el padre de uno de los niños de la guardería, sino un profesor de Saint Mark’s. No podía ser un profesor de la guardería porque ella los conocía a todos, pero sí uno de la escuela de primaria, a la que Nicky debería asistir en unas semanas.

Mardi todavía no había informado a la escuela de que había vendido la casa ni de que iban a mudarse a otro barrio, demasiado lejos como para que Nicky continuara en el mismo colegio.

La amarga realidad era que no podía permitirse que su hijo continuara asistiendo a un colegio privado. Tendría que enviar a Nicky al colegio público de la zona a la que se mudaran, y Mardi tendría que buscarse un empleo a jornada completa... No podían sobrevivir con lo que ella ganaba el año anterior, trabajando dos días a la semana en la secretaría de una escuela para niñas.

–¿Señora Sinclair? –dijo él rompiendo el silencio.

Mardi tragó saliva. Deseaba no estar tan nerviosa ni tan desastrada, con los pantalones llenos de harina. Era posible que también tuviera harina en las mejillas y el pelo.

Asintió, tratando de mantener la dignidad. Al parecer, aquel hombre no la reconocía después del fugaz encuentro que habían tenido el pasado septiembre. No era de extrañar, aquel día ella iba bien vestida y aseada, preparada para ir al trabajo.

–Mardi –dijo ella con voz un poco temblorosa.

Él asintió. Mardi pensó que su mirada transmitía algo de ternura, a pesar de que el tono de su voz había sido cortés, pero no amistoso. Tenía la sensación de que el hombre hacía un esfuerzo por ser agradable.

–Soy Cain Templar –dijo él. Era lo último que ella podía imaginar–. He venido por mi hijo, Benjamin.

Ella lo miró. ¿Era el padre de Benjamin Templar? ¿Ben, el mejor amigo de su hijo Nicky? O el que había sido su mejor amigo antes de que la tragedia afectara a los dos niños a finales de noviembre, separándolos y sacando a la luz unos hechos que hicieron que a Mardi se le derrumbara el mundo. Quizá también podía haberle partido el corazón, de no ser porque su marido ya se había ocupado de borrar todo lo que ella sentía por él durante los meses previos a su muerte.

Antes de que ninguno pudiera decir nada más, Scoots subió las escaleras del porche delante de Nicky y recibió al extraño con mucho entusiasmo. Tanto, que después de mover el rabo de un lado a otro, se puso en dos patas y apoyó las delanteras en los hombros de Cain Templar, para después lamerle la cara.

–Ya vale, ya, ¡ya puedes bajarte! –dijo el hombre con exasperación. Dio un paso atrás, pero Scoots no le hizo caso.

–¿No le gustan los perros? –dijo Mardi, preguntándose si sería como su marido, Darrell. Él solo había soportado a Scoots por su hijo Nicky.

–Los perros bien educados –dijo él tratando de evitar el lametazo de Scoots–. ¿Nunca ha pensado en llevar a este chucho a un centro de entrenamiento para perros?

–A Scoots lo he entrenado yo –dijo Mardi alzando la barbilla–. Se tranquilizará dentro de un momento. Solo está comprobando cómo es usted. Debe de caerle bien. No salta sobre todo el mundo. Si no le cayera bien, estaría gruñendo –dijo, y después se dirigió al perro–. ¡Ya basta, Scoots! Nicky, llévalo a la parte de atrás antes de que le estropee el traje a este señor –tuvo cuidado de no mencionar su nombre–. Y cierra la verja cuando salgas.

Sintió cierta satisfacción al pensar que el perro podía arruinar el traje de Cain Templar. Quizá porque le recordaba a los trajes caros que usaba Darrell y a muchas otras de sus extravagancias. Extravagancias que habían dejado a su viuda y a su hijo sin un centavo y llenos de deudas.

–Estoy seguro de que puedo recuperarlo –dijo Cain Templar sacudiéndose el traje.

«Y estoy segura de que puede comprarse otro igual», pensó Mardi. Aunque se preguntaba si realmente podría permitirse comprar trajes tan caros, o si era como Darrell, que vivía por encima de sus posibilidades.

Claro que él no era así. Él era Cain Templar, el auténtico y adinerado ejecutivo de un banco cuya esposa había tenido una aventura con su marido, Darrell. Y la casa de los Templar, a la que Darrell, el abogado ambicioso e insaciable, había ido muchas veces y de la que hablaba maravillas, era una magnífica mansión situada junto al mar en uno de los mejores barrios de Sidney.

Mardi se volvió para mirar cómo Nicky y Scoots desaparecían por el lateral de la casa. Aquel hombre era un insensato por ir allí. Su esposa había arruinado su vida, ¡y la de su hijo!

Mardi frunció el ceño. ¡Si no se hubiera puesto enferma con la gripe el pasado mes de septiembre! La primera vez que Darrell vio a Sylvia Templar fue la mañana en que llevó a Nicky a la guardería por primera vez. Mardi recordaba que Darrell le había contado que el marido de Sylvia se había marchado de viaje de negocios por dos meses. ¡Qué propicio resultó ser!

Desde el momento en que la vio, Darrell hablaba abiertamente de lo guapa que era la madre de Benjamin y de la esposa tan perfecta que demostraba ser... una gran ayuda para su marido y para su profesión de ejecutivo de banca.

–Debería ser el modelo para otras esposas. Siempre va impecable y bien vestida, es la anfitriona perfecta... y conoce a todo el mundo. A todo el mundo importante, claro está. Podrías aprender mucho de ella.

«Sí..., como por ejemplo la manera de coquetear con los maridos de otras mujeres.»

Darrell había fomentado que su hijo tuviera amistad con Ben, el hijo de Sylvia, y los fines de semana invitaba a Benjamin a la casa y permitía que Nicky fuera de visita a la de los Templar.

Por el bien de su hijo, Mardi había intentado ser amable con Sylvia en las pocas ocasiones en que se habían visto, bien cuando Benjamin iba a jugar a su casa, o en las raras ocasiones en las que Darrell celebraba una cena en casa e invitaba a Sylvia y a otros amigos influyentes o compañeros de trabajo. Pero por lo general, preferían cenar fuera de casa. Sin su esposa.

¡Qué ingenua había sido! Ni siquiera cuando Darrell comenzó a ofrecerle a Sylvia asesoramiento legal. Aquello significaba que tenía que verla más a menudo, para comer, o para una cena íntima, o para asistir a los actos benéficos que Sylvia celebraba. Mardi no sospechó nada... o, al menos, intentó no hacerlo. Odiaba la imagen de esposa celosa y, puesto que el marido de Sylvia estaba de viaje, era comprensible, o de eso trataba de convencerse, que Darrell se ocupara más de ella. Al fin y al cabo, era su abogado.

Mirando atrás, era evidente que Darrell se había quedado prendado de la fortuna, glamour y estupendos contactos que tenía Sylvia Templar. Por no decir de su lujosa casa y estilo de vida.

¡Mardi había sido tan inocente! Aún no sabía cuándo la relación amistosa que Darrell mantenía con Sylvia se había convertido en una aventura amorosa. Solo sabía que el último domingo de noviembre, un par de meses después de que ambos se conocieran, su marido y la esposa de Cain Templar habían fallecido juntos en un accidente de coche en Blue Mountains. Una noche en la que supuestamente Darrell regresaba de pasar el fin de semana en una conferencia acerca de la ética en el mundo laboral.

El lujoso BMW que Darrell se había comprado dos meses antes, gracias a un crédito bancario, quedó destrozado y sin posibilidad de reparación.

Ni Mardi ni el padre de Benjamin Templar habían enviado a sus hijos a la guardería en la última semana de curso, ni tampoco habían tratado de reunir a los niños durante las vacaciones de verano. Mardi, por su parte, no quería saber nada de la familia Templar.

Y suponía que Cain Templar debía de sentir lo mismo hacia ella y su familia. Quizá él quisiera mantenerse alejado de ellos, pero su hijo lo había vencido, igual que Nicky había intentado hacer con ella.

¡Pero permitir que los niños volvieran a verse sería un gran error! Pronto Nicky y ella se mudarían de casa, así que ¿por qué hacérselo más difícil?

A regañadientes se volvió y dijo:

–Ha dicho que había venido por Benjamin –lo miró.

–Así es. Mi hijo... –se calló y miró hacia la ventana que estaba abierta–. ¿No huele a quemado?

–¡Oh, diablos! –exclamó ella–. ¡La tarta! ¡El pastel!

Capítulo 2

 

MARDI tiró los restos quemados de la tarta y del pastel en el fregadero. ¡Se le había estropeado la cena! No podía permitirse desastres como ese.

Corrió a abrir la ventana para que saliera el humo.

–Ha sido culpa mía –Cain Templar se disculpó desde atrás y ella se volvió al percatarse de que la había seguido hasta la cocina.

–Sí, lo es –convino sin amabilidad–. Pero no hay mucho que pueda hacer –se volvió hacia el fregadero. La tarta estaba completamente seca, pero quizá podía quitarle los bordes y ver si el centro todavía estaba comestible.

¡Pero no iba a hacerlo delante de Cain Templar! A alguien con tanto dinero le parecería ridículo tratar de salvar un poco de pastel.

–Oh, seguro que puedo hacer algo –dijo Cain–. Mira, le había prometido a Benjamin que lo llevaría a McDonald’s esta noche –hizo una mueca de desagrado–. No es que me guste el sitio, pero lleva pidiéndome una hamburguesa desde hace mucho y ya no puedo decirle que no. ¿Por qué no nos acompañáis? Ben no deja de hablar de Nicky –añadió cuando ella comenzó a negar con la cabeza–. Sé que el año pasado se hicieron muy amigos en la guardería.

Mardi suspiró.

–Así fue –dijo ella–. Y gracias, señor Templar, pero...

–Llámame Cain –murmuró él.

–Cain. Gracias, pero no tiene por qué sentir lástima de nosotros. Ha sido culpa mía por no sacar a tiempo las cosas del horno. Y de veras, no creo que... –hizo una pausa y movió la mano para quitar el humo–. Mira, aquí no se puede hablar. Vamos a la parte delantera de la casa.

Con suerte, Nicky se quedaría junto a Scoots en el jardín hasta que Cain Templar se hubiera marchado. No era necesario que se enterara de que la persona que había llamado a la puerta era el padre de su mejor amigo.

Cuando se disponían a salir de la cocina, apareció el abuelo de Mardi apoyándose en un bastón.

–¿Qué se está quemando? –preguntó con su débil tono de voz.

–Solo es la tarta y el pastel que tenía en el horno, abuelo. Oh... este es Cain Templar, abuelo. Ha venido a hablar de... negocios. Mi abuelo..., Ernie Williams.

–¿Cómo está, señor?

El hombre soltó una carcajada.

–Hacía mucho tiempo que no me llamaban señor. No me suena bien. Llámame Ernie.

–Vale, Ernie.

Mardi imaginaba que a Cain no le apetecía quedarse allí manteniendo una conversación con su abuelo. A ella tampoco le apetecía que se quedara.

–Abuelo, ¿te importaría llenar la bañera y decirle a Nicky que entre cuando esté lista? –le dijo–. Y por favor, ten cuidado en el baño– lo último que necesitaba era que su abuelo se cayera y se hiciera más daño en la cadera.

–Claro, querida.

Mardi le hizo un gesto a Cain Templar para que saliera de allí. Lo guió hasta el salón y lo hizo pasar. La habitación estaba muy bien amueblada; Darrell se había asegurado de que fuera así. Pero, después del funeral, Mardi se había enterado de que ni los muebles ni la casa le pertenecían. Darrell nunca había llegado a pagarlos y, por tanto, la casa y el mobiliario no le pertenecían.

No invitó a Cain a que se sentara.

–No creo que sea buena idea que Ben y Nicky se vean otra vez –dijo ella sin más preámbulo–. Nos marcharemos dentro de un par de semanas... o menos, si encuentro un sitio antes. Nuestra casa ya la hemos vendido... –pero el dinero se lo había quedado el banco, no ella.

Cain entornó los ojos y la miró durante un largo instante.

–¿Demasiados recuerdos amargos? –preguntó.

Ella se encogió de hombros. Era mejor dejarle creer que ese era el motivo por el que se marchaba. Se aproximaba bastante a la verdad. La casa le evocaba malos recuerdos. Sobre todo la cama de matrimonio de la habitación principal. Darrell había dejado de hacerle el amor en el momento que comenzó a salir con Sylvia Templar. Le daba todo tipo de excusas, como que tenía que trabajar hasta tarde o debía asistir a una cena de negocios. Al principio se disculpaba por dejarla sola tanto tiempo, pero insistía en que lo hacía por ella... por ella y por Nicky. Pero, a medida que pasaron las semanas, Darrell comenzó a estar irritable y a encontrar fallos en todo lo que ella hacía.

Cuando comenzó a compararla con Sylvia Templar, ella perdió la paciencia... y el genio.

–Si es tan perfecta, ¿por qué no te vas a vivir con ella?

Él se llevó las manos a la cabeza.

–Cielos, Mardi, a veces desearía hacerlo. ¡Al menos ella y yo estamos en la misma onda!

Mardi se estremeció y sintió el dolor de la verdad. ¡Su marido se había enamorado de Sylvia Templar! O de lo que ella representaba: dinero, lujos y buenos contactos.

–Así que ¿ya no soy lo bastante buena para ti? –soltó.

–Oh, Mardi, no seas tan ingenua. Te estás volviendo rezongona y aburrida. No necesito ese tipo de fastidios. Necesito una esposa que me apoye, no que me deprima o me controle.

–¿Cuándo he intentado controlarte? Siempre he permitido que hicieras lo que querías para conseguir el éxito en tu vida. He cuidado de la casa y del jardín, y prácticamente he criado a Nicky yo sola. He hecho casi toda nuestra ropa y busqué un trabajo para llegar a fin de mes. Todo con la intención de dejarte el tiempo y el espacio necesarios para que pudieras convertirte en un abogado importante.

–¡Bruja desagradecida! Si no fuera por Nicky... –se calló de pronto y la miró–. ¡Me voy! Un hombre ya no puede ir a casa buscando paz y tranquilidad.

Fue dos semanas después cuando él se marchó a Blue Mountains para la conferencia. Nunca regresó. Y fue entonces cuando la verdad acerca de su doble vida salió a la luz.

¿Amargos recuerdos? Sí... ella todavía sentía amargura por el hecho de que su marido hubiera dejado a su familia tan endeudada, y también porque hubiera tenido una aventura con Sylvia Templar. Pero Mardi se preguntaba si ella no tendría un poco de culpa. ¿Había hecho que Darrell se lanzara a los brazos de Sylvia por no haberlo apoyado lo suficiente? ¿Y por no querer vivir por todo lo alto como deseaba él? Quizá debería haber hecho más esfuerzos por mantener la relación. ¿Para qué? ¿Para llevar un tren de vida que no podía mantener, igual que había hecho él? ¿Para mentir y engañar a los demás haciéndolos creer que era más rica e importante de lo que era en realidad?

«No», pensó Mardi. Se habría rebajado demasiado.

Se había vuelto insegura y ya no confiaba en los hombres. Ni en el amor. Pasaría mucho tiempo antes de que pudiera confiar en otro hombre.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. ¿Cómo iba a sentirse bien hasta que no terminara de pagar las deudas de su marido, o hasta que a Nicky lo operaran de las amígdalas y volviera a ser un niño fuerte y sano, o hasta que operaran a su abuelo de la cadera?

Cain Templar observaba los cambios de expresión en los ojos color ámbar de Mardi, y se preguntaba si lo que veía en sus ojos era rabia contenida o el dolor de un corazón roto.

Mardi era toda una sorpresa para él. Se había imaginado que la viuda de Darrell Sinclair sería poquita cosa con voz de pito y poca personalidad... Sin embargo, aquella mujer tenía algo especial, un dinamismo que ni siquiera la traición de su marido ni el golpe de su muerte habían conseguido sofocar.

Y Cain recordó que la había visto antes. Se había chocado con ella en la guardería de Ben, en septiembre, la mañana que él marchaba hacia Nueva York. Entonces no sabía quién era ella, ni que el niño era Nicky, el amigo de Ben. Normalmente, su esposa o la niñera llevaba a Ben a la guardería por la mañana. Pero ese día, Cain tenía que tomar un avión a última hora de la mañana y decidió llevar a Ben a Saint Mark’s él mismo.

Apenas se había fijado en la mujer que estaba junto a la verja. Le había parecido una mujer corriente, pero cuando sus miradas se cruzaron, se fijó en el color ámbar de sus ojos, que bajo las largas pestañas y con la luz del sol de la mañana parecía oro puro.

Cain no podía imaginar que sus vidas se verían entrelazadas unos meses más tarde. El marido de ella... y su esposa. Y sus hijos, por cosas del destino, se habían hecho muy amigos.

Y por eso estaba él allí.

–Como te dije, estoy aquí por Benjamin, mi hijo –Cain habló con firmeza. De pronto se sintió desorientado, atrapado por la mirada de aquellos bonitos ojos color ámbar.

Sorprendido por cómo había reaccionado, bajó la mirada y se fijó en que Mardi tenía la ropa llena de harina.

–Mi hijo se está volviendo incontrolable –admitió él, tratando de no fijarse en las piernas esbeltas y bronceadas de Mardi. ¿Qué tenía aquella ama de casa que hacía que se pusiera tan nervioso?–. Ben está irascible –murmuró–. No obedece, tiene rabietas como si fuera un niño de dos años, y ya ha tenido cinco niñeras desde que mi... desde Navidades.

«¿Cinco niñeras?», pensó Mardi, sintiendo lástima por el pequeño. Acababa de perder a su madre y ya lo estaban dejando con desconocidos. ¿Por qué el padre no había dejado de trabajar durante una temporada para cuidar de su hijo en las vacaciones de verano?

–Lo he intentado todo –dijo Cain Templar–. Incluso me he tomado algunos días libres cuando me ha fallado alguna niñera incompetente.

«Algunos días libres... ¡qué generoso!», pensó Mardi. Era evidente que ese no era uno de los días libres. Se fijó en su inmaculado traje de negocios y supuso que había ido allí directamente desde la oficina. Ni siquiera había ido a ver a su hijo primero...

–¿Y dónde está Ben ahora? –preguntó ella.

–Está con una niñera nueva –dijo Cain–. He hablado con Ben por teléfono y dice que ya la odia. He tenido que decirle que lo llevaría a McDonald’s para que se calmara. Y no es que no haya hecho nada durante las vacaciones. Ha ido al cine, al parque y a la playa. También han venido amigos suyos a jugar a casa, pero parece que no le importa nada ni nadie –se puso tenso–. Nadie excepto...

–¡Acaba de perder a su madre! –exclamó Mardi, tratando de impedir que terminara de decir «nadie, excepto a su amigo Nicky». «Ben tendrá que olvidarse de Nicky», pensó ella.

Los ojos de Cain Templar se oscurecieron cuando ella mencionó a la madre de Ben.

–Ya han pasado varias semanas. Y cada vez está peor.

–A un niño pequeño, las vacaciones de verano pueden parecerle eternas. Se pondrá bien cuando empiece el colegio –«solo que no encontrará a Nicky allí», pensó Mardi–. Queda nada más que una semana para que empiece –dijo ella.

–Ben no echa de menos a su madre, ni el colegio –dijo Cain. Mardi contuvo el aliento y anticipó lo que Cain iba a decirle–. Es su amigo Nicky. Tu hijo, Nicky. Ben no deja de preguntar si puede jugar con él. He intentado entretenerlo con todo lo que se me ocurre. Estaba convencido de que tú tampoco querrías fomentar la amistad entre ambos –al menos en algo estaban de acuerdo–. Pero mantener a Ben alejado de Nicky no ha funcionado. Solo ha servido para que se vuelva más rebelde y difícil. No sé si Nicky también ha echado de menos a Ben...

Cain miró a Mardi a los ojos y vio que ella dudaba. ¿Cómo podía negárselo?

–Mmm...

–Bueno, la única solución que se me ocurre es dejarlos jugar juntos y esperar a que se cansen el uno del otro dentro de poco, como hacen los niños.

–¿Y si no se cansan?

–Cuando regresen a Saint Mark’s con los demás niños, harán otros amigos.

Mardi respiró hondo.

–Nicky no irá a Saint Mark’s este año.

–¿Por qué no? Aunque te cambies de barrio, seguirás mandando a tu hijo a Saint Mark’s, ¿no? Allí estará con niños que ya conoce. Sería una lástima que no volviera... es un colegio muy bueno.

«Muy bueno, y muy caro», pensó Mardi; pero cuando se disponía a hablar, Cain la interrumpió.

–Si los mantenemos separados, ellos continuarán luchando para verse.

–Y si dejamos que estén juntos, cada vez estarán más unidos. Conozco a Nicky. Mira, es mejor si ya no se ven más. Nicky no regresará a Saint Mark’s, así que no hay más que decir.

–Pero, ¿por qué no? Ni siquiera has encontrado otro sitio donde vivir. ¿Por qué no dejas que vaya hasta que lo encuentres?

–Porque no puedo permitirme... –se detuvo de golpe.

–¿No puedes permitírtelo? –preguntó él frunciendo el ceño. La expresión de sus ojos cambió y se volvió más dura–. ¿Me estás diciendo que tu marido no te dejó dinero suficiente para mantener a tu familia? Creía que era un abogado importante –miró a su alrededor y se fijó en el mobiliario, en la alfombra y las estanterías.

–Él tenía... muchos gastos –no iba a criticar al padre de Nicky, y menos cuando Darrell ya no estaba con ellos y no podía hacerles más daño. Estaba decidida a mantener su imagen de padre bueno y cariñoso, por el bien de su hijo–. Por favor... no quiero hablar de ello.

Cain suponía que Mardi había estado enamorada de ese asqueroso... y quizá todavía lo amaba, a pesar de lo mucho que la estaba haciendo sufrir. «Pobre mujer», y había sido su esposa la que le había quitado el marido a Mardi, su esposa era la responsable del dolor que ella sentía. En cierto modo, él también se sentía responsable.

–Mira... aunque no mandes a Nicky a Saint Mark’s, los niños pueden seguir viéndose... si tú lo permites –discutía por el bien de su hijo, aunque en el fondo de su corazón no quería que los niños volvieran a verse. Ver a menudo a la familia Sinclair, a la viuda de Darrell Sinclair, significaría recordar la humillante traición de su esposa.

Pero lo que él pensara, sintiera o quisiese no importaba. Era Ben quien importaba... el hijo del que apenas se había ocupado durante los últimos cinco años. La búsqueda del éxito y de la riqueza se había apoderado de su vida y lo había alejado de su hijo.

Mardi observó a Cain durante un instante y pensó que era un hombre peligroso.

–¿Y Ben no tiene abuelos que puedan ayudarte? –nada más hacer la pregunta se quedó pensativa. Nicky no había conocido a sus abuelos, solo a su bisabuelo Ernie. Los padres de Mardi habían fallecido cuando ella tenía seis años, y el padre viudo de Darrell, que llevaba años en una residencia y no reconocía a nadie, había muerto el año anterior.

–No. Sylvia no tenía padres, y mi padre y mi madrastra viven en Nueva Zelanda –su fría mirada se tornó gélida–. No estamos unidos.

Mardi lo miró a los ojos y trató de averiguar si lo que veía en ellos era dolor o rabia. Era imposible saberlo.

–¿No te llevabas bien con tu madrastra? –preguntó con simpatía.

–No me llevaba bien con mi padre –dijo él, dejando claro que ahí se zanjaba el tema.

–No sabía que eras neozelandés –dijo ella.

–No lo soy. Tengo nacionalidad australiana.

–Pero ¿naciste y te criaste en Nueva Zelanda?

–Me marché de allí cuando cumplí los dieciocho años, para ir a Sydney University.

–¿Y no has regresado desde entonces?

–Una vez. Cuando Ben tenía unos dieciocho meses –había pensado que quizá a su padre se le ablandaría el corazón cuando viera a su primer nieto. Pero no fue así.

–¿Y Ben tampoco tiene tíos o tías? ¿No tienes hermanos o hermanas que puedan ayudarte con él? ¿O primos con los que pueda jugar?

–No. Tengo un par de hermanastros, pero para ellos no existo. Y viceversa –dijo con una sonrisa de satisfacción–. Mira, todavía queda una semana para que empiece el colegio –le recordó–. Si dejamos que nuestros hijos se vean, una semana debería ser tiempo suficiente para que se les pase la obsesión que tienen... y para que Ben se calme un poco.

–Sigo pensando que no es una buena idea...

–Estás siendo muy dura con los niños. Pensé que tendrías más compasión. ¿Y qué importa si se hacen más amigos? Nicky ayuda a Ben... y mi hijo necesita ayuda. Merece la pena correr el riesgo.

–Lo hago por los niños. Llevan separados desde antes de que terminara la guardería. ¿Para qué vamos a reunirlos ahora si sabemos que será por poco tiempo? –«¿por qué tenemos que vernos nosotros si solo hará que perduren los amargos recuerdos?», quiso añadir.

Pero, en el fondo, Mardi sabía que no eran los amargos recuerdos lo que la preocupaba. Tenía que ver con el hombre alto y atractivo, de ojos azul cobalto, que llevaba meses apareciendo en sus sueños. ¿Por qué el desconocido que había visto en la puerta del colegio tenía que ser el marido de Sylvia Templar y el padre de Benjamin? ¿Y por qué tenía que aparecer allí, pidiéndole una cosa que los obligaría a verse más?

–Solo tienen cinco años –dijo él, cambiando de táctica–. No entienden lo que ha pasado ni por qué han estado separados. Solo saben que quieren volverse a ver –la miró–. Sé que será tan difícil para usted como para mí, señora Sinclair, pero creo que debemos dejar a un lado nuestros sentimientos... por el bien de nuestros hijos.

«Por el bien de nuestros hijos.» Mardi recordó cómo Nicky le suplicaba que quería ver a Ben. ¿Estaba siendo egoísta al mantener a los niños separados? ¿Pensaba más en sí misma que en los pequeños?

–Mardi –le recordó ausente.

–Mardi –dijo él y esbozó una sonrisa, y ella notó cómo le afectaba aquel hombre. ¿Cómo sería una sonrisa suya de verdad?–. Mira, dejemos que los niños se vean... durante el tiempo que estéis aquí. Venid a cenar con nosotros esta noche. Una cena juntos para romper el hielo.

Mardi recordó la cara de tristeza que ponía Nicky cuando le pedía ver a Ben, y notó que cada vez estaba más cerca de rendirse.

–Hoy... hoy no podemos ir. Está mi abuelo y...

–Quizá a él también le gustaría venir.

–No creo. Él no sale mucho. Tiene mal la cadera y le duele mucho. Está... –estuvo a punto de decir «esperando a que lo operen», pero Cain Templar no comprendería por qué tenía que esperar. Él tendría un seguro privado y ni siquiera sabría que había lista de espera en los hospitales–. Además, estos días no come mucho.

–Entonces deja que Nicky vaya a jugar mañana con Ben. A nuestra casa. Es sábado y yo estaré en casa todo el día. Vendré a recogerlo por la mañana, les daré de comer y te lo traeré por la tarde.

Mardi dudó un instante.

–Yo... yo preferiría tener a los niños aquí..., donde pueda cuidar de ellos. Me gusta saber dónde está Nick y qué hace –no estaba segura de si podía confiar en Cain Templar. Era evidente que no estaba acostumbrado a cuidar niños. ¿Y si Nicky se caía y no había nadie para ayudarlo? ¿Y si a Ben le entraba una rabieta y Nicky no sabía qué hacer?

Cain la miró sorprendido y a ella no le extrañó. Él y su esposa acostumbraban a dejar a su hijo con la niñera, aunque Sylvia comenzó a interesarse más por Ben cuando comenzó a salir con Darrell. El hecho de que los niños quisieran jugar juntos después del colegio o los fines de semana era la excusa perfecta para que Sylvia y Darrell se vieran.

Por supuesto, enseguida encontraron una excusa mejor para verse a solas. La pobre esposa descuidada necesitaba el asesoramiento legal que le daba su nuevo amigo abogado. Darrell nunca le había contado a Mardi qué clase de asesoramiento necesitaba Sylvia Templar.

«Quizá Sylvia Templar quería divorciarse de su marido y Darrell la había ayudado, o incluso iniciado el proceso», pensó Mardi. Y Darrell, enamorado de aquella mujer perfecta y de toda su riqueza, ¿había pensado en divorciarse de su esposa?

Mardi se sobresaltó al sentir la mano de Cain sobre su brazo.

–Tú también estás invitada... por supuesto –dijo él.

–Ah... –fue todo lo que ella pudo decir.

–¿Qué tal si os recojo a las diez y media? –sugirió él–. ¿Es demasiado temprano?

–No... a las diez y media está bien –dijo ella, preguntándose en qué lío se estaba metiendo. Iba a pasar todo un día con Cain Templar... ¿No sería una locura? ¿Y por qué él iba a dedicarle su tiempo? ¿Solo porque ella había insistido en que quería estar con su hijo?–. Si yo voy, no hace falta que vengas a recogernos. Tengo coche.

Siempre podía aparcarlo un poco antes de la casa para que Cain Templar no se avergonzara de su viejo utilitario. Darrell le había comprado a regañadientes un coche de segunda mano cuando ella decidió que quería trabajar media jornada. Su esposo no creía en las mujeres trabajadoras. Las mujeres estaban hechas para quedarse en casa y cuidar de ella. A cambio, Mardi tuvo que darle el visto bueno para que él se comprara el maldito BMW.

–Como quieras –dijo Cain con frialdad–. Bueno, he de irme –dijo, y ella asintió.

Segundos después se había marchado. Mardi tuvo que respirar profundamente un par de veces mientras se encaminaba al baño. Cain Templar era un hombre muy persuasivo. Ella estaba decidida a no volver a ver a la familia Templar, pero él había echado por tierra todos sus argumentos.

Pero sus motivos no estaban claros. ¿De verdad se preocupaba por su hijo... el hijo al que hacía poco había dejado durante ocho semanas? ¿Por el hijo al que dejaba a menudo con una niñera? ¿O es que quería tener un niño más calmado, para tener una vida más tranquila?

Veinte minutos más tarde, Mardi estaba secándole el pelo a Nicky después del baño, cuando se dio cuenta de que alguien llamaba a la puerta.

–Oh, no, ¿quién será ahora?

–Ya voy yo –gritó el abuelo, y Mardi oyó el ruido de su bastón a medida que avanzaba por el pasillo.

–Ten cuidado –gritó–. Ve despacio.

Su abuelo siempre intentaba ayudarla, pero moverse era doloroso para él.

–¡Ya va! ¡Ya va!

Momentos más tarde, Mardi oyó voces en la puerta. Una era la de su abuelo; y la otra, una voz más grave que se parecía a la de...

Se quedó paralizada.

–Mamá, ¡has dejado de secarme!

–Lo siento –continuó secando a su hijo, pero agudizando el oído para tratar de averiguar de qué hablaban los hombres en la cocina. ¿Para qué había vuelto Cain Templar? ¿Se había olvidado algo? ¿O había cambiado de opinión respecto al día siguiente? Quizá había recordado que tenía algo más importante que hacer.

Mardi se preguntaba si Cain tenía la costumbre de decepcionar a su hijo, y esperaba que no le hubiera dicho a Ben que iba a visitar a Nicky.

Frunció el ceño al oír que su abuelo le daba las gracias a Cain. ¿Por qué? Le habría contado que al día siguiente iban a reunir a los pequeños. El abuelo sabía que Nicky estaba deseando ver a Ben otra vez. Pero ¿le estaba dando las gracias por volver a meter al hijo de Jezabel en la vida de Nicky?

Oyó cómo el abuelo le decía adiós a Cain con alegría, un tono de voz que hacía mucho tiempo que Mardi no escuchaba en él. Después oyó el ruido de la puerta al cerrar. Cain Templar se había marchado.

Bueno, al menos no había ido para verla a ella; claro que no sabía si sentirse aliviada o decepcionada.

El abuelo se dirigió al baño y desde la puerta dijo:

–Era tu amigo otra vez. Nos ha traído la cena.

–¿Nos ha traído qué?

–Dijo que fue culpa suya que se te quemara la cena, y nos ha comprado otra tarta y otro pastel de no sé qué pastelería.

Mardi se puso en pie, sorprendida por el detalle de Cain. ¿O era que había sentido pena por ella porque suponía que no tenía dinero? Se sonrojó, alegrándose de no haber abierto ella la puerta. ¡No quería la caridad de nadie! Y menos la de él.

–¡Guau! ¡Vamos a ver! –Nicky salió corriendo hacia la cocina y el abuelo lo siguió con una sonrisa. Mardi se quedó en el baño vaciando la bañera y recogiendo. Pero a pesar del recelo que sentía por aceptar la caridad de un Templar, se quitó un peso de encima al ver que tenía otra tarta y otro pastel para dar de cenar a su familia.

Últimamente no conseguía quitarse muchos pesos de encima.