Meditaciones metafísicas

René Descartes

 

Meditaciones Metafísicas

 

Meditaciones acerca de la filosofía primera,

en las cuales se demuestra la existencia de Dios,

así como la distinción real

entre el alma y el cuerpo del hombre


Introducción

 

Cuando Descartes publicó, a finales de 1637, el Discurso del Método (título original Discourse de la méthode pour bien conduire la raison et chercher la verité dans les sciences) se encontró envuelto en una serie de polémicas sin terminar que afectaron profundamente su vida personal y profesional. Aunque la obra fuera un éxito literario, fuera traducida al latín, el idioma de la cultura en esa época (la primera edición fue publicada en francés), y fuera bien vendida, las críticas fueron ásperas y, a veces, violentas. La demostración de la existencia de Dios, que Descartes proponía en la cuarta meditación del Discurso, fue juzgada insuficiente e inconsistente hasta por su mismo alumno predilecto Henry Le-Roy (latinizado Regius), que comentó sencillamente que para creer en Dios “era suficiente la fe”.

Las polémicas en las que se encontró abarcaban, además, el tema del libre arbitrio, que nunca había sido abandonado en los Países Bajos desde cuando, a principios del siglo, los teólogos holandeses se encontraron divididos entre las teorías de Franziscus Gomar (latinizado Gomarus) y Johannes Harmensen (Arminius). Los primeros (llamados gomaristas) sostenían la tesis agustiniana de que Dios había elegido, por el principio de su precognición, cómo el hombre debía comportarse para alcanzar la salvación, aun en el ejercicio de su libre arbitrio. Los segundos, los arminianos, calvinistas protestantes (eran llamados remonstrans = protestante) sostenían que la predestinación era casual y, por tanto, nada podía hacer la fe para garantizar al individuo un lugar en el cielo. Descartes sostenía la posición de Arminio, que había sido profesor de la Universidad de Leiden, y donde él aspiraba asumir un cargo académico o, por lo menos, vender sus libros como textos de estudio. Su posición fue ásperamente criticada, especialmente si consideramos un ambiente, como era el de los Países Bajos de esos días, donde, aun siendo considerado el País de las libertades, el enfrentamiento entre cristianos ortodoxos y protestantes era todavía vivo y aun no definido.

Las polémicas sobre el “personaje” Descartes continuaron a crecer encontrando, además, terreno fértil en el carácter colérico e intransigente del francés, que a menudo respondía con insultos y frases injuriosas a las acusaciones de sus detractores. Comenzaba, también, poco antes del año ’40 una larga y directa polémica con un teólogo de la Universidad de Utrecht, Gisbert Voët (latinizado Voetius, que luego del alejamiento de Descartes se convertiría en el Rector de dicha institución), que acusaba a Descartes de ser ateo.

Fue necesario para Descartes, por tanto, poner nuevamente mano a la obra para aclarar o, quizá, corregir la impostación que él había dado a la demostración de la existencia de Dios. Nació de esta manera uno de los más grandes trabajos que la mente humana haya producido: las Meditationes de prima philosophia, obra que es oportuno, y necesario, leer, por cuanto ante dicho,  unidamente al Discurso del Método.

Comenzada a escribirla en la segunda mitad del 1639, hacia abril-mayo de 1640 la obra estaba terminada. Como el Discurso, las Meditaciones fueron divididas en seis capítulos, seis meditaciones, como seis jornadas en cada una de las cuales se desarrollaban reflexiones sobre argumentos diferentes que convergían, por diferentes caminos, a la demostración clara y distinta de la existencia de Dios. Para ello, a diferencia del Discurso, donde la demostración venía conducida con método racional y deductivo de inspiración matemática, en la nueva obra Descartes enfrentaba el argumento una vez (en la tercera Meditación) con método aristotélico-tomista, y una segunda vez (en la quinta Meditación) con su, ahora ya famoso, argumento ontológico.

Cuando la obra fue completada, Descartes envió el manuscrito a París, a su amigo Marin Mersenne (1588-1648), filósofo, teólogo y matemático, inventor de la fórmula para encontrar los números primos, a quien pidió de solicitar un comentario sobre el escrito a los mejores espíritus del momento. Mersenne, rápidamente, envió copias de la obra a diferentes amigos y pensadores. Entre ellos, a Thomas Hobbes (1588-1679), filósofo materialista y político inglés, autor de diferentes tratados filosóficos entre los cuales se evidencia la trilogía De Cive (del 1642), De Corpore (1655) y el De Homine (1658); a Pierre Gassendi (1592-1655), escéptico, atomista, científico, matemático y filósofo epicúreo anti-aristotélico; doctor en teología en 1614 y sacerdote en 1615, estaba en contra de las ideas innatas de Descartes y enfatizaba el método inductivo: para Gassendi los sentidos eran el recurso primario para alcanzar el conocimiento; a Johannes de Kater (latinizado Caterus, 1590-1655), sacerdote católico holandés, miembro del cabildo de Haarlem, arcipreste de Alkmaer y filósofo tomista; a Pierre Bourdin (1592-1655), sacerdote jesuita; a Etienne Pascal (1588-1651), coetáneo de Descartes y padre de Blaise Pascal; y a Antoine Arnauld (1612-1694), en ese momento joven pensador belga que se aprestaba a lanzar su ofensiva polémica en contra de los jesuitas con la obra De la Frecuente Comunión (publicada en 1643). Convertido en leader del partido jansenista, Arnauld fue expulsado de la Sorbona en 1656 y lideró la resistencia entre los años 1661 y 1669 durante las persecuciones en contra del partido jansenista. En 1682 se refugió en Bruselas, su patria de origen, donde continuó a publicar, hasta su muerte, obras y controversias sobre teología, matemáticas y filosofía. El jansenismo –es aquí el caso de reportar sintéticamente para completar de ilustrar el cuadro político, religioso y social en que Descartes se movió– fue un movimiento religioso católico no ortodoxo, iniciado por Cornelius Otto Jansen (1585-1638, teólogo de la Universidad de Lovania en 1635 y obispo de Ypres desde 1636 hasta su muerte), que propugnaba el más intransigente rigorismo religioso y moral; criticaba los métodos educativos de los jesuitas; consideraba la eficacia de la gracia como único medio de salvación; sostenía el principio de la predestinación en el sentido que San Agustín le había dado y formulado en la famosa disputa con los pelagianos; y propugnaba la independencia de la Iglesia del Estado. En Francia, específicamente, el movimiento jansenista asumió contornos políticos relevantes por su oposición al poder absoluto de Richelieu. Esta oposición era nada más que el aspecto exterior del enfrentamiento secular entre el estado francés (el galicanismo) y el poder central del papa. El jansenismo tuvo su centro de difusión en el monasterio francés de Port Royal y como personajes preeminentes, además de Jansen, el abad de Saint Cyran, el mismo Arnauld y Blaise Pascal.

Mientras Mersenne reunía las objeciones de los pensadores a los que había remitido el manuscrito de las Meditaciones, Descartes debía enfrentar en los Países Bajos, los ataques de sus detractores, en particular modo del teólogo Gisbertus Voetius. Éste tenía con Regius, en junio de 1640, en la Universidad de Utrecht, un duro enfrentamiento verbal y escrito.

El 1640 fue para Descartes uno de los peores años de su vida. A la fuerte polémica con Voetius se sumaron, en la segunda mitad del año, las más dolorosas pérdidas afectivas y familiares que un hombre pueda sufrir. En Amersfort, donde residía en ese momento, su amada hija Francine se enfermaba de escarlatina y moría por las fiebres altas el 7 de septiembre; a finales de ese mes moría también su compañera de vida Heléne; el 17 de octubre moría su padre Joachim y poco después, como si no bastara, moría también su hermana.

Mientras se daban estas dolorosas circunstancias, en París Mersenne recibidas las objeciones a las Meditaciones que le habían transmitido sus amigos y otros pensadores, las remitía a Descartes que, no obstante los tristes eventos ante reportados, encontraba el tiempo y la lucidez mental para escribir las respuestas a los comentarios recibidos.

De esta manera, el 28 de mayo de 1641, para los tipos de la imprenta de Michel Soly en París, se publicaba la primera edición en latín de las Meditaciones Metafísicas (título original Meditationes de prima philosophia in qua Dei existentia et animae immortalitas demonstratur, o sea, Meditaciones sobre la primera filosofía en las que se demuestra la existencia de Dios y la inmortalidad del alma) que incluían el texto del autor más las objeciones de los críticos con las respuestas de Descartes. Estas segundas excedían de tres veces el número de páginas de texto del autor. La edición venía cuidada, en ausencia de Descartes, por su amigo Marin Mersenne.

No obstante el éxito literario y comercial de esta nueva obra, la situación económica y profesional de Descartes se fue siempre más para abajo en los siguientes seis años, hasta llegar a un punto crítico insostenible.

 En diciembre del 1641 Voetius y Regius se enfrentaban nuevamente con relación a las tesis cartesianas. El 16 de febrero del siguiente año 1642 se publicaba una respuesta, firmada por Regius pero en realidad redactada por el mismo Descartes, a las acusaciones del teólogo holandés que, fuerte de la posición oficial de la Iglesia (el Sínodo de Dort, en 1619, había reafirmado como ortodoxa la posición gomerista sobre la predestinación) continuaba a acusar Descartes de ateísmo.

La polémica tenía su infeliz conclusión el 17 de marzo de 1642 cuando la Universidad de Utrecht condenó las tesis cartesianas mediante un juicio público que fue dirigido personalmente por el mismo Gisbert Voët. Era un duro golpe para Descartes que veía en esa condena el peligro de perder todos los ingresos que provenían de la venta de sus libros. Ocurría responder con prontitud. En el siguiente mes de abril Descartes publicaba en Leiden, por medio de la casa editorial e imprenta Luis Elzevir, una segunda edición en latín de las Meditaciones que contenían algunas novedades: una apéndice final acerca de la distinción entre alma y cuerpo (argumento tratado en la sexta meditación) y una carta introductoria en respuesta al jesuita Bourdin (que se había quejado que no habían sido consultados otros jesuitas para comentar las Meditaciones) y al gomarista Voetius, ambas escritas por el Padre Dinet amigo de Descartes.

A finales del año 1642 se producía en París un acontecimiento que podía haber cambiado la situación personal de Descartes: el 4 de diciembre de ese año moría el Cardenal Richelieu. Desde finales de 1628, cinco años después del nombramiento del Cardenal a Jefe del Consejo de Estado, Descartes nunca había vuelto a Francia, ni siquiera en ocasión del fallecimiento de su padre. Un exilio voluntario que había durado ya 14 años. En los Países Bajos, además, Descartes había cambiado de residencia 18 veces, viviendo afuera de las grandes ciudades y en casa aisladas en la campaña, como queriendo esconderse constantemente y no dejar huellas de su estadía para no ser individuado. De hecho, sólo después de la muerte del cardenal, Descartes residió establemente en un mismo lugar sin más mudarse continuamente. En abril de 1643 se transfería al norte de Holanda, a Egmond-Binnen en busca de una casa que se pudiese convertir en su residencia definitiva.

  Entre los años 1644 y 1647 la posición de Descartes en Holanda se deterioró continuamente y, al mismo tiempo, sus ingresos también disminuyeron sensiblemente; siempre más necesitó dinero. Para ello, en mayo de 1644, viajó por primera vez después de tanto tiempo a París para efectivizar por lo menos una parte de su herencia. Aprovechó también de la circunstancia para presentar en París, el 10 de julio, los Principios de la Filosofía (título original Renati Cartesii Principia Philosophiae), editados en Amsterdam por Luis Elzevir y dedicados a Isabel de Bohema, hija de Federico V del Palatinato, con quien estaba en correspondencia desde 1642. Su amigo, el abate Claude Picot, el cura ateo, empezó de inmediato su traducción al francés para publicarlos, luego, en 1647.

Terminada su estadía en París Descartes volvió, en noviembre de 1642 a Egmond-Binnen, localidad que se convertiría en su definitiva y última residencia en Holanda por los siguientes cinco años.

La controversia con los teólogos holandeses continuó de manera clamorosa, entre febrero y abril de 1643, con la célebre querella de Utrecht, que vio involucrado Descartes nuevamente con Voetius y con Martin Schoock, brillante latinista y helenista, profesor de filosofía, lógica, física e historia de la Universidad de Gotinga, que en ese momento se encontraba en Utrecht como profesor extraordinario de elocuencia, siendo un protegido del mismo Voetius. Aristotélico y radical Schoock actuó en la querella como brazo derecho de Voetius y se lanzó en contra de Descartes a través de un escrito titulado El admirable método en que lo cubría de insultos, acusándolo explícitamente de ateísmo y calificándolo como “bípedo mentiroso que vomita calumnias”; incluso su vida sexual era objeto de acusaciones. El artículo no era firmado, por lo que, convencido que su autor fuese Voetius, Descartes escribió una Carta a Voetius (Epistola Renati Descartes ad celeberrimum virum D. Gisbertus Voetium), editada por Luis Elzevir, en la que respondía a injuria con injuria. El teólogo replicó denunciando Descartes ante la justicia. No se sabe por qué razón Schoock, cuando inició el proceso, declaró cándidamente que si bien el autor del escrito fuese él, el autor intelectual, y el estratega, había sido Voetius. Se produjo de esta manera una clamorosa ruptura entre Voetius y su protegido Schoock que terminó con éste último en la cárcel. Fue un punto a favor de Descartes, que, aun no satisfecho, siguió a la carga el 16 de junio, con una carta apologética dirigida a los Magistrados de la ciudad de Utrecht, que, sin embargo, fue ignorada. 

Esta tregua no significó para Descartes la espera de alcanzar esa paz y tranquilidad que tanto necesitaba. Su carácter colérico y conflictivo no favorecían la convivencia pacífica con sus amigos y, peor aún, con sus críticos. En julio de 1645 rompía una solidaridad decenal con Regius por las tesis anticartesianas que su alumno había sostenido en el ensayo Fundamenta Physices. Y, finalmente, llegó el año 1647 que significó para Descartes el final de sus esperanzas en Holanda. En la Universidad de Leiden sus principios filosóficos fueron seriamente cuestionados. En abril-mayo de ese año un teólogo y profesor del ateneo, de nombre Trigland, atacó el principio cartesiano de la duda metódica porque llevaba, según él, al escepticismo y, finalmente, al ateísmo. El rector, de nombre Revius, dio razón a su profesor y declaró Descartes un blasfemo porque, por el mismo principio de la duda, se hubiera podido llegar a dudar hasta de la existencia de Dios. Se le acusó, además, de pelagianismo, por su posición arminiana con relación al tema del libre arbitrio. Finalmente, en la Universidad se prohibió enseñar, y siquiera exponer, las tesis cartesianas. Fue un durísimo golpe para Descartes que perdió de un día al otro la posibilidad de esperar en ingresos económicos por lo menos procedentes de la venta de sus libros.

Se vio obligado, por tanto, en el verano del 1647 a viajar a París con el propósito de reanudar sus contactos personales para conseguir un cargo o una pensión que le asegurasen un ingreso, aunque mínimo, con tal de vivir tranquilamente. Pero sus encuentros en el ambiente cultural parisino no fueron de los mejores. Gassendi y Pascal (padre) objetaban fuertemente sus proposiciones y, además, eran escépticos sobre su carácter impredecible. Descartes, entonces, permaneció en la capital francesa para cuidar la traducción de las Meditaciones al francés, con la ayuda de un joven erudito, Luis Charles d’Albert, segundo Duque de Luynes, que en ese momento tenía apenas veinticinco años. Para entender esta sólo aparentemente rara elección (bien podía haberse dirigido a su amigo Etienne de Courcelles [1586-1659], arminiano, che había ya traducido al francés el Discurso del Método y Los Metéoros), es oportuno conocer un poco más de cerca al joven Duque de Luynes.

Luis Charles d’Albert, segundo Duque de Luynes, Par de Francia, había nacido en el Louvre el 25 de diciembre de 1620, y era hijo de Charles d’Albert, primer Duque de Luynes, favorito del rey Luis XIII, consejero de Estado, Condestable y Gobernador de la villa y Castillo de Amboise en Touraine. El primer Duque de Luynes fue un político sumamente influyente en la corte del rey Luis XIII a quien asesoró y apoyó durante el golpe de estado que terminó con el derrocamiento de la reina madre María de Medici y el asesinato de sus consejeros Concino Concini y su esposa Leonora Dori. Fue considerado un predecesor, aunque de habilidad y capacidad inferior, de Richelieu. Tras su muerte, ocurrida el 15 de septiembre de 1621, su hijo, Luis Charles, de apenas nueve meses, heredó el título del padre y creció en el Louvre, criado y amado como hijo del Rey.

Luis Charles recorrió una brillante carrera a lado de su padrino: el 24 de noviembre de 1639 fue recibido en el Parlamento como Par de Francia; el 6 de enero de 1643 fue nombrado Gran Falconero; y por su valor en diferentes enfrentamientos militares fue, además, condecorado Mestre de Camp. Muerto Luís XIII el 14 de mayo de 1643, Luis Charles siguió en la corte, en estrecho contacto con todos los más altos dignitarios y miembros del gobierno –desde el aun niño Luís XIV a Mazarino– apreciado por su equilibrio y cultura. Moralista, literato, erudito, Luis Charles había contribuido a la traducción al francés del Nuevo Testamento y había ya publicado diferentes obras morales y religiosas.

Ahora bien, la villa de Luynes, así como la villa y el magnífico castillo de Amboise (el mismo donde poco más de doscientos años antes había muerto Leonardo da Vinci), eran en ese tiempo dos importantes localidades de la provincia de Tourraine, la misma donde se encontraba la villa de La Haye, ciudad natal de Descartes, que distaba pocos kilómetros de ellas. Bien conocía Descartes, por tanto, la familia d’Albert, y bien, con mayor razón, la conocía su padre Joachim, diputado y consejero del Parlamento de Bretaña.

Descartes sabía perfectamente, por tanto, qué importancia y poder el Duque de Luynes tenía en la corte francés. La elección del joven Duque de Luynes como traductor de su obra, era dictada, consecuentemente, por razones de puro oportunismo, consideradas las serias y preocupantes dificultades económicas en las que se encontraba. Descartes esperaba que, involucrando el Conde en la traducción de su obra hubiera podido obtener un fuerte apoyo para conseguir un cargo en alguna institución parisina o, cuanto menos, para obtener una fuerte recomendación para que la Facultad de Teología de la Universidad de París adoptara la obra como texto de estudio. De hecho escribía, en la carta de presentación dirigida a los teólogos de dicha facultad: “… estoy seguro obtendrá Vuestra aprobación…” y, más adelante explicitaba su deseo: “… para que de alguna manera ustedes la recomienden…”.

Grande fue la decepción de Descartes cuando, hacia el final del año, ninguno de sus objetivos había sido logrado. Sabemos, de las notas escritas en su diario, que antes de dejar la capital francesa  rechazó la oferta de una pensión que un noble y generoso mecenas (¿el mismo Duque de Luynes?) le había ofrecido, alegando que “no quería ser esclavo de nadie”.

Volvió a su residencia de Egmond-Binnen luego de haber terminado la traducción de las Meditaciones que fueron editadas en París por Veuve Jean Camusat y Pierre Le Petit. En esta primera edición se incluyeron, además que la carta de presentación dirigida por Descartes al Decano y a los profesores de la Facultad de Teología de París, las respuestas a las primeras, segundas, terceras, cuartas y sextas objeciones traducidas por Clerselier.

Fue así que Descartes, sin más recursos económicos y sin más apoyos “políticos”, fue obligado a aceptar la invitación de la reina Cristina de Suecia y dejó su última residencia de Egmond-Binnen para trasladarse, en octubre de 1649, a Estocolmo y encaminarse hacia su triste final. En sólo cien días se enfermaba y moría, oficialmente de pulmonía, el 11 de febrero de 1650.

La muerte de Descartes suscitó dudas y sospechas desde la época de su deceso. Después de tres siglos y medio de silencio, en 1980, un médico alemán, el doctor Eike Pies publicó un libro titulado El homicidio de Descartes, documentos, indicios, pruebas en el cual el autor llegaba a esta conclusión: Descartes pudo haber sido envenenado con arsénico o una sustancia similar, pues el referto médico de la época no era compatible con los síntomas reportados.

Der rätselhafte tod des René DescartesLa enigmática muerte de René Descartes